Según el afamado psiquiatra Víctor Frankl, el número de personas con depresión disminuye significativamente en tiempos de convulsión social extrema, como es el caso de una guerra. La angustia vital que produce no encontrar un sentido a la vida desaparece –o pasa a un segundo plano- cuando la vida misma, esa que antes de aparecer el conflicto carecía de sentido -y esa ausencia de sentido vital propiciaba la depresión-, pasa a estar en riesgo permanente de exterminio. También es curioso, y muy probablemente tenga estrecha relación con lo anterior, que se practique el sexo, desesperado y a la menor ocasión, bajo las mismas circunstancias de peligro persistente. Se folla, sin preámbulo previo de coqueteo, de ligue, con sólo una mirada de angustia entre dos personas, que saben, o suponen, que tal vez sea el último polvo. También cabe imaginar que aquí interviene un mecanismo oculto de la especie para asegurar su supervivencia: si corremos peligro de desaparecer, follemos indiscriminadamente para que la especie continúe con nuevos retoños. El caso es que los parámetros morales que gobiernan nuestras vidas en sociedad desaparecen y dejan paso al instinto más primitivo, ese que tal vez garantizó nuestra supremacía como especie a través de los milenios.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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