
Con este calor no hay quien se concentrrrrrre (ha caído una gota de sudor sobre la tecla ’r’ y, al ir a limpiarla, miren el estropicio que he armado). Hoy es el día del Carmen en mi pueblo y desde las doce de la noche pasada no cesan de bramar los petardos y los cohetes de colores (¿No hay crisis, pues ¡toma fuegos artificiales! Para espantarla –sí, sí…-); mis perros no saben donde esconderse; están entrenados para repeler el mejor planeado de los asaltos, pero tírate un pedo delante suya y verás cómo corren que se las pelan. Hay, dicen, psicólogos o pedagogos para perros –sonaría mejor perrogogos-, profesionales que indagan en la mente de los canes y los liberan de sus miedos para que sirvan a sus dueños con plena capacidad, devorando cuanto a éstos amenace, sea o no comestible –para los perros lo es casi todo, como para los humanos y los cerdos-, guardando y salvaguardando la parcela, finca o latifundio donde moren sus amos en función de sus fortunas.
Este día, el del Carmen, los pescadores trasladan una imagen de la Virgen del Idem de un sitio hacia otro para no sé bien qué propósito, pero debe de ser algo de importancia, porque la multitud se agolpa apretujada para no perderse un vaivén de la barca donde la Virgen es zarandeada por el bamboleo levantisco del mar durante el trayecto.
Mientras, los petardos y los cohetes resuenan con brío renovado para que se entere media Europa que en un pueblo marinero del mediterráneo español también sabemos armar ruido, igual que los iraníes, que no son los únicos capaces de amedrentar a medio Occidente, aunque ellos lo hagan desde Oriente Medio.
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