Esta lánguida y eterna tarde de verano
Resguardado yo a la sombra de mi limonero
Veo pasar ante mis ojos mi vida por entero
Y advierto que la muerte me tiende ya una mano.
Es triste comprender de golpe y a trasmano
Lo que no llegó a ser, y crueles y certeros
Recuerdos que no han sido me muestran el sendero
Que pudo haber seguido este triste ser humano.
Y me empapa el aroma sutil de mis limones,
Que alimenta en mi pecho fantasías vanas,
Deseos imposibles que no miran razones.
Indago en mis entrañas con huidiza desgana
Por ver si encuentro el centro de tantas desazones
Y ¡cómo no!: lo dejo otra vez para mañana.
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