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Un sueño

El hombre de la tez morena se inclina sobre la cuna y acaricia brevemente la cara sonrosada del bebé. Sus ojos se pasean por la diminuta figura, contemplándola con ternura. Y comienza a susurrarle como si estuviera cantando una nana, pero en realidad le está hablando dulcemente.

 ‘Hijo mío, aún eres muy pequeño para comprender lo que voy a decir, pero algún día tal vez lo sueñes o lo recuerdes. La vida no es fácil para casi nadie y tú no serás una excepción, pero quiero que sepas algunas cosas que te sucederán, aunque de sobra sé que el conocimiento del porvenir no lo ha de variar un ápice’.

 ‘Tendrás tres hermanos y uno morirá chico. Intuirás pronto que la vida de adulto suele ser infeliz y por eso desearás no crecer, permanecer por siempre en el juego inacabable de la niñez. Pero irás creciendo y descubrirás pronto el dolor que produce la vida al indefenso, al ingenuo, al crédulo. Conocerás la infamia y la deslealtad, la mentira y la vileza. Practicarás, en ocasiones, alguna de ellas,  y lo harás para defenderte, para no sentir dolor, aunque seas tú quien a su vez lo produzca, tal vez sin querer al principio, pero luego de manera premeditada, como una rutina, a veces incluso con placer, y acabarás sufriendo más de la que habías previsto por tratar de eludir lo inevitable’.

 ‘No serás, hijo mío, un hombre fuerte, y sufrirás por ello. Tratarás de olvidar esa condena despistándola en laberintos inventados, que recorren las noches y los bares. Vivirás una vida ajena durante años. Después, cuando tu juventud , intacta, te abandone, sentirás la cercanía de lo insufrible y decidirás, algo tarde (o eso pensarás), enfrentarte a tu destino con pie firme. Y aprenderás que son vanos los esfuerzos contra la ley de la vida, que llevas ya, aunque no lo puedas saber ahora, marcada a fuego en tu alma, para siempre.

 ‘Te amará una mujer a la que no podrás olvidar. La dejarás o ella te dejará a ti, lo cual es lo mismo. Traicionarás y serás traicionado. Perdonarás y te arrepentirás; condenarás a tu prójimo por pecados que tú también habrás cometido. Contarás, en noches claras, las estrellas y pretenderás saber. Amanecerás sediento, querrás entonces saber de verdad.

 ‘Yo, pequeño mío, te querré más de lo que tú jamás amarás a nadie, y el día que lo comprendas añorarás más que nunca mi presencia, pero no estaré a tu lado para hablar contigo y tendrás que aprender a conversar con tu soledad, que tantas veces será tu única e inevitable compañía, y aunque a ella acudas en busca de consejo, te habrás de conformar con su silencio. Te sentirás, infinitas veces, prisionero de tu cobardía y acabarás por intuir que sólo se es cobarde  cuando se renuncia a ser valiente, y decidir ser valiente te llevará, tal vez, el resto de tu vida’.

 No me hizo falta despertar para comprender que el bebé era yo mismo y aquel hombre mi padre. Quise gritarle que no me dejase solo, que necesitaba hablar con él un asunto de importancia. Quise, al menos, sujetar un instante su mano, su cálida mano. Luego, ya despierto, añoré más que nunca su presencia.

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