El lenguaje es el mayor logro de nuestra especie en la historia de su evolución. Gracias a él, pudimos comunicarnos unos con otros y transmitir nuestros conocimientos de padres a hijos, lo que propició el despegue evolutivo del homo sapiens y lo encumbró sobre el resto de las especies. El precio, sin embargo, fue muy alto. Las neurosis proliferaron entre los pueblos y desvirtuaron el sentido original del lenguaje: ya no era sólo un instrumento de comunicación y un medio de arte; también se convirtió en un arma. Con ese arma nos herimos cada día unos a otros, unas veces adrede y otras de manera involuntaria. Además, la malinterpretación del mensaje por parte de quien lo recibe, añade un grado de complejidad al problema. No sólo nos hacemos o nos podemos hacer daño con lo que decimos, sino también con lo que oímos o interpretamos que oímos. Surgen así los desencuentros y las paradojas, los rencores y las guerras; y sobre todo, las manipulaciones: el lenguaje es un arma perfecta para manipular, a la pareja, a la familia, a todo un pueblo. No es que hayamos desnaturalizado el lenguaje, sino más bien que lo hemos adaptado a nuestra naturaleza, lo hemos humanizado, con los peligros y las potencialidades que eso conlleva. Para bien o para mal, somos no sólo seres que existen, sino seres que existen para comunicarse. Y para entenderse o malentenderse, para construir relaciones o para destruirlas.
Analicemos la siguiente paradoja.
Supongamos que un amigo te suelta: “En mi pueblo todo el mundo dice ‘En este pueblo todas las mujeres son putas, excepto mi madre’”.
Se trata de una afirmación necesariamente falsa, porque si lo dice todo el mundo también lo dirá su madre, y estaría mintiendo o contradiciendo a su hijo, que sería entonces el embustero –aunque su intención fuese la de resguardar a su madre de las malas lenguas-. También podría suceder que viviesen fuera del pueblo todas las madres cuyos hijos estuviesen capacitados para realizar dicha afirmación, pero entonces ésta carecería de sentido.
Pensemos sobre el siguiente diálogo, cuyos protagonistas son una pareja de novios.
-¿Me quieres?-pregunta ella.
-Te quiero.
-Pero, ¿me quieres de verdad?
-Por supuesto, te quiero de verdad.
-Pero, ¿me quieres de verdad, de verdad?
Y así hasta el agotamiento, la demencia o hasta que él la mande al cuerno. Ella mantiene una postura claramente manipuladora.
Otro ejemplo de manipulación de los sentimientos a través del lenguaje.
-No comprendo por qué últimamente siempre me llevas la contraria-dice él.
-Eso no es cierto, no siempre te llevo la contraria-replica ella.
-¿Lo ves? Ya lo estás haciendo de nuevo.
Si ella le hubiese dado la razón, aunque sólo fuese por evitar una discusión, también habría salido perdiendo. Se trata, pues, de una afirmación tramposa, porque sea cual sea la respuesta siempre gana quien formula la pregunta.
Y uno más.
-Si no fueras como eres, me comprenderías mejor.-dice ella.
-Pero, ¿cómo soy?
- ¿Ves? Si no fueras como eres, conocerías la respuesta.
Este reproche inconcreto le pone a él entre la espada y la pared. Si calla, otorga –es ‘así’, como ella afirma sin especificar-; si pregunta, obtiene más de lo mismo.
En fin, lo dicho, que el lenguaje es un arma, pero recordad que es un arma de doble filo, y puede suceder que vaya uno a por lana y vuelva trasquilado. Tened mucho cuidado con vuestras palabras, y no olvidéis que, en muchas ocasiones, el silencio es oro.
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