De entre todos los placeres que nos ofrece la gastronomía yo prefiero con mucho la comida. Esto puede parecer una idiotez pero lo voy a explicar. Si habéis visitado en alguna ocasión un restaurante de la llamada ‘noveau cousine’ (no sé si está bien escrito porque yo no tengo ni idea de francés) seguro que os ha sorprendido el hecho de haber tardado más en leer y tratar de entender la carta de platos que en ingerir el ridículo contenido de éstos. No voy a valorar la eventual excelencia de este tipo de cocina, porque estoy seguro que a muchos les gusta, y otros tantos dicen que les gusta para no ser menos y para evitar el riesgo de que les tachen de paletos. Los abanderados de esta corriente culinaria dirán tal vez que el minimalismo es una cualidad inherente a la misma, para justificar lo ignominioso. Yo los denomino restaurantes de vacío-vacío, porque tan vacío sale de ellos tu estómago como tu cartera. Antes, en otros tiempos, o en otros mundos, tanto da, proliferaban los establecimientos de comidas del tipo lleno-lleno, adonde era un placer acudir para deleitar el paladar, nutrir el organismo y no maltratar el bolsillo. Pero el viento de la moda cambia y no siempre trae lo mismo que se lleva. En este caso creo que hemos salido perdiendo los comensales, y que los restauradores se están poniendo morados a costa del esnobismo cretino de unos pocos que, por desgracia, marcan tendencias y arrastran consigo al bobo. Y hay mucho bobo, y muy hambriento. Y así seguirán hasta que algún lumbreras redescubra el cocido y la fabada.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios