
La única posibilidad de que disponemos para librarnos de nuestras cadenas es trascendernos a nosotros mismos. Me explico. Cuando, por ejemplo, la angustia de tener que dirigirme verbalmente a más de dos o tres personas me atenaza, pongo en marcha el mecanismo de autohipnosis que tantos años me ha costado dominar y me convenzo de que soy otra persona.
En realidad me transformo en esa otra persona que me rescata del delicado trance y lo pasa por mí con desenvoltura. Siempre he sofocado una incipiente y nada decorosa tendencia al latrocinio así que un día decidí ceder a la tentación y pasar de los pensamientos a los hechos. En la puerta de una joyería me transformé en el Lute y al grito de ‘¡arriba las manos, esto es un atraco!’ entré en el establecimiento sujetando una pistola de juguete con la que apuntaba al dependiente entre ceja y ceja. Se ve que éste debió pulsar algún botón escondido porque cuando me estaba entregando el botín que le exigí bajo amenaza de muerte (un prendedor de corbata dorado con el escudo del Betis) un coche de la policía aparcó frente a la joyería con todo protocolo –sirena a toda pastilla, frenazo y trompo- y dos agentes se bajaron con cara de mala leche y se dispusieron a entrar en el establecimientos esgrimiendo sus pistolas –supongo que no serían de juguete- y dispuestos a reducirme a toda costa. En ese momento me transformé en Joselito y me puse a cantar ‘Caminos de esperanza’ y en menos de un minuto los agentes lloraban a lágrima viva, momento que aproveché para salir por pies.
Ahora estoy pensando que tal vez no estaría mal tratar de escribir algo bonito, nada serio, una novelita de 800 o 1000 páginas para empezar. La duda que no me deja dormir es si en vez de transmutarme en un novelista de probado éxito no sería mejor idea metamorfosearme en su ‘negro’. Claro que esto último tiene el inconveniente de que no sólo se desconoce la identidad de esos honrados mercenarios de la pluma invisible sino que oficialmente ni existen. Así que después de todo a lo mejor acometo el proyecto sin valerme de trucos, como dicen que en un tiempo tenía por costumbre Lucía Etxebarría.
Comentarios
Un saludo
Un abrazo.