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El Necronomicón


Cuando terminó la exégesis, previa traducción al griego de un manuscrito arábigo, del Necronomicón, el Libro Maldito, Theodorus Philetas se volvió loco. O tal vez ya lo estaba cuando acometió aquella infernal empresa. Sea como fuere, lo recluyeron en el sanatorio para enfermos terminales que dirigía el doctor Amadeus Misticus. El doctor Misticus se sintió atraído por los desvaríos de Theodorus, así que decidió someterlo a sesiones de mesmerismo para lograr que dijese aquello que obstinadamente callaba el enfermo y que al parecer le había provocado la locura. De esta manera, Misticus supo al fin el secreto más arcano del Necronomicón, pero enloqueció antes de poder decírselo a nadie ni ponerlo por escrito. Su ayudante, el jóven doctor Amos Jehuda, que había asistido a las primeras sesiones de hipnotismo, quedó muy intrigado, así que llamó su amigo y experto en ocultismo y nigromancia el abad Amén Asisea, a la sazón prior del convento de Santa Locura. Puesto al corriente de los hechos, el anciano monje recomendó al doctor Jehuda que olvidase cuanto había visto y oído y que rezase cada día por la salvación de su alma. Este consejo desconcertó al joven doctor, que decidió no seguirlo y encontrar el volumen del Necronomicón sobre el que había trabajado Theodorus Philetas.

Tras ardua búsqueda no exenta de escollos que a veces a punto estuvieron de desalentar a Amos, finalmente lo encontró en un mercadillo oxoniense. Lo vendía un judío errante llamado Amidicius bin Esra, trapisondista y librero viejo que sabía mucho más de lo que callaba, y hablaba poco o nada. Le vendió el libro a Amos con la condición de que este se comprometiese a traducirlo al hebreo. Para comprobar el cumplimiento de la promesa Amidicius exigió a Amos que se instalara en la ciudad para que el judío pudiese verificar los progresos en la traducción. Así lo hizo el médico y a la tarea encomendada por el viejo se dedicó durante seis años, seis meses y seis días. Citó al viejo judío a las seis de la tarde del día siguiente a la finalización de su cometido, en su lúgubre y maloliente buhardilla. Este llegó, con retraso, a las seis y seis minutos. Seis segundos después estaba muerto. Amos le golpeó en la cabeza con un candelabro. Se había vuelto loco.

Ahora existen tres ejemplares del Libro Maldito rodando por el mundo, cada uno en un idioma diferente. Dicen que su lectura vuelve locos a los hombres, también violentos. Se comenta sin fundamento empírico que dos de esos libros, el escrito en árabe y el escrito en hebreo, están en manos de dos hombres sabios, un musulmán y un judío, respectivamente. Ambos viven muy cerca de la Franja de Gaza. El ejemplar escrito en griego antiguo nadie sabe dónde está. Es muy posible que en la biblioteca personal de algún político de relevancia. Si es así, está en lugar seguro porque no existe el peligro de que sea leído.

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