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El submundo


Tengo un recuerdo que aparece, desvirtuado, en mis sueños de manera recurrente. Me sucede desde hace unos meses. Hace apenas una semana conseguí recordarlo estando despierto, y no era el recuerdo del sueño sino el recuerdo que sólo conseguía recordar mientras soñaba. Estaba hojeando un libro de Hobbes cuando de repente y como por arte de magia tuve la certeza de que estaba recordando algo que me pasó, algo con lo que había soñado pero que era real, más real que el sueño –si esto es posible, quiero decir que los sueños, al memos en mí, siempre son más reales que los recuerdos y menos que las ilusiones-. En fin, sea o no sea algo real, la historia es como sigue.

Recorría yo un territorio árido y extenso, inacabable y hostil como un desierto, aunque no sé decir el motivo de aquella caminata o peregrinaje. Tal vez cumplía una misión encomendada por alguien que no recuerdo; era, supongo, hace muchos años, tal vez siglos. Vislumbré un montículo con una abertura y pensé que podía tratarse de la entrada de una cueva. Tenía mucha sed. Me senté junto a la abertura para reposar unos instantes. Oí un ruido extraño, como el maullido de un gato y vi asomar lo que parecía un ojo sobre un pedúnculo; se quedó fijo cuando me vio. Le hice un gesto de paz, para que, fuese lo que fuese, entendiese si podía que no estaba en mi ánimo causarle daño. Me asusté cuando el maullido vocalizó en mi idioma una palabra: ‘Entra’. Así lo hice.

El habitante del mundo subterráneo era bajo, oblongo como un zepelín y poseía cuatro extremidades idénticas con las que se movía indistintamente, apoyado en dos de ellas, del derecho y del revés; el pedúnculo se trasladaba sin cesar para ocupar la parte más elevada del cuerpo en cada instante; además, giraba en todos los sentidos, proporcionando a aquel ser una visión esférica de su entorno. Mientras avanzábamos me contó la historia de su raza. Era larga, así que la resumiré diciendo que crecieron junto a la humana pero bajo tierra, que nunca se dejaron ver por ésta hasta que decidieron que estaban preparados para un encuentro y de ahí su ascensión a la superficie. Al preguntarle yo que por qué había elegido para hacerse visible aquel solitario paraje me contestó que sus cartógrafos eran más bien ineptos y que le aseguraron que era la quinta avenida de Manhattan, en la ciudad de Nueva York.

Llegamos por fin a una enorme gruta iluminada por piedras que irradiaban luz, igual que las luciérnagas. Bbtz –así se llamaba mi nuevo amigo- me dijo que su sociedad era piramidal, y tenía una sólida estructura de capas en cuya cima se situaba el Gran Patriarca, inmediatamente debajo los miembros del Primer Nivel, bajo éstos los del Segundo Nivel, y así hasta llegar al último de ellos, el Nivel Cero, cuyos miembros trabajaban –hizo una mueca de asco al decir esto-.

Noté que muchos de aquellos seres estaban dotados de dos protuberancias. BBtz me dijo que eran hembras y aquellas protuberancias sus pechos. Le comenté que me resultaba extraño que estos estuviesen uno encima del otro y no a la misma altura, como en las mujeres de mi raza. Me explicó que parían los hijos de dos en dos, uno de ellos destinado a un nivel superior al que ocuparía el otro; el primero se alimentaría del pecho superior y el otro del inferior, para que ya desde la cuna se acostumbrasen al modelo social al que estaban destinados, lo mamasen.

Con aquella especie subterránea conviví durante un  tiempo; eran corteses pero distantes, reservados y comedidos en sus respuestas; no así en sus preguntas. Finalmente decidía regresar a mi mundo; para que nada dijera de lo que había visto me realizaron una especie de lobotomía que borraría cualquier recuerdo relacionado con ellos y su mundo. No se dieron cuenta en ningún momento de que no soy humano. Se puede decir que no tuvieron ojo. 

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