Ir al contenido principal

En sueños


Hace unas semanas tuve un sueño turbio e inconcreto, casi una pesadilla, que me nubló el ánimo y lo impregnó con un matiz de inminencia y de inevitabilidad. Fue algo parecido a una premonición o a un presentimiento de naturaleza onírica, lo que no le resta verosimilitud a los ojos de aquellos dispuestos –o predispuestos- a otorgársela, como es mi caso. Me considero agnóstico y racional y sin embargo me comporto como una vieja aldeana cuando se trata de asuntos relacionados con la superstición, lo escatológico y lo evidente pero invisible. Ya se ha dicho que el miedo al Peligro es inmensamente más dañino que el Peligro. Tanto es así que si alguna vez éste aparece al fin, nos llevamos una decepción, decimos: “¿A esto le temía yo? Menudo idiota estoy hecho”. Pero la siguiente vez que el Peligro nos muestra su sombra nos asustamos igualmente. Pues ese sueño que tuve lo he vuelto a tener hace pocos días. La angustia premonitoria acrecentada y envuelta en miedo seco, sin matices ni dudas; la sensación de amenaza parpadeando en rojo como una alarma, sacudiendo mi mundo con una urgencia opresiva y ciega, con la desesperación de los náufragos. De un tiempo a esta parte he aprendido a intuir que la linealidad del tiempo y de los sucesos puede ser una ilusión de los sentidos o del intelecto, como el hecho de que creamos, con sólo verlo, que el universo es tridimensional, cuando nuestros ojos sólo están preparados para asimilar las imágenes en dos dimensiones. Es la experiencia táctil la que nos muestra la verdad de la realidad física, y es la experiencia acumulada de miles de verificaciones la que ha incorporado a nuestra mente la creencia de que son los ojos los que ven en tres dimensiones. Entonces, si el tiempo, si los sucesos que en él acaecen, no tienen esa cualidad de linealidad, de que el pasado atraviesa el presente para desembocar en el futuro, entonces el binomio causa-efecto pierde su sentido por completo, porque aparecen los fenómenos de recursividad –el ‘deja vu’ sería un ejemplo- y de retroalimentación, esto es, que sucesos más avanzados en el tiempo actúen sobre otros que les precedieron –es decir, que el efecto influye sobre la causa-, tal vez modificándolos y modificándose entonces a sí mismos. Es como la paradoja del que se topa con su abuela siendo ésta una niña y la mata, y en tal caso la persona desaparece automáticamente, sin dejar rastro alguno; como si nunca hubiese existido –de hecho, nunca ha existido porque no ha llegado a nacer-. Y en mi angustia creo que ese sueño premonitorio tiene que ver con algún acto mío que de algún modo ha modificado mi futuro o el futuro de alguna persona querida. Y esa alteración me atenaza la garganta como una garra, aunque no sé qué pueda ser, ni si es bueno o malo, pero la simple perspectiva de que he modificado el futuro ya me abruma, cosa absurda si lo pienso con algo de seso, porque yo no creo en el determinismo. Lo que no soporto es no saber qué demonios he hecho para introducir un cambio en el futuro, porque en el fondo lo que me está recomiendo por dentro es saber cabalmente que si supiera cómo hacerlo no podría evitar modificar jubilosamente una buena parte de mi pasado.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO

Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

La inutilidad de algunos tratamientos

Cuando los padres de Miguelito llevaron a su hijo al psicólogo a causa de unos problemas de adaptación en el colegio se quedaron sorprendidos del diagnóstico: Miguelito era un superdotado para casi todas las disciplinas académicas pero un completo gilipollas para la vida. El psicólogo les aconsejó que no se preocuparan porque esto era algo relativamente frecuente y además se podía intentar solucionar con una terapia adecuada. El niño era un fuera de serie en lo abstracto y un completo negado en lo práctico. Así que se estableció un programa terapéutico que debía dar los frutos deseados en un año a más tardar. Ya desde las primeras sesiones el terapeuta advirtió que los resultados iban a depender en buena medida de la inversión de la gilipollez de Miguelito, que parecía tener más calado psíquico que las habilidades por las que destacaba su mente. A pesar de los diferentes métodos usados por el especialista para frenar lo indeseable y potenciar lo más valioso en la mente del niño, ning...