
Esta mañana he visto de nuevo a la sirena. Estaba en la terraza de casa, contemplando el mar y disfrutando de unos rayos de sol, siempre bienvenidos tras interminables días de lluvia, cuando emergió lentamente de las aguas, más cerca que de costumbre, así que pude estudiarla con más detalle. Se tomó su tiempo para salir, como queriendo jugar conmigo no sé qué juego, pero empapado de un espumoso erotismo que me erizó el vello de la nuca. Primero fue la cabeza, la melena rubia partida por la mitad caía sobre sus hombros como una doble catarata de dorados reflejos; sus ojos glaucos de abismal mirada, qué ojos; sus labios que yo intuía rebosantes de salada humedad, qué labios. Emergió un poco más y dejó caer, paralelos, los brazos con que tapaba sus pechos, que quedaron desnudos y perlados de gotas de mar, qué pechos. Siguió subiendo con parsimonia, como si se tratase de un ritual arcano, sagrado y sensual. Entonces pude ver su vientre, qué vientre, su ombligo, qué ombligo. Un poco más, bella sirena, un poquito solo, le supliqué con la mirada. Ascendió aún un poco más y entonces vi su…, su…, ¡qué asco! Con lo mal que me sienta a mí el pescado. (Con las sirenas me ocurre casi lo mismo que con las mujeres: a partir de un punto, me defraudan.)
Comentarios
Espero que la sirena no tenga nada que ver con la mujer de tus sueños. Alguna no te defraudara, sobre todo si la ves en un sueño.
¿Has vuelto a comer a pesar de esta experiencia?
Ah, que los sirenos no existen...
Ni siquiera existen, qué decepcionante.