
Seguimos con el ciego paseando por la playa agarrado a la cadena de Boniato. Hace viento y empieza a refrescar. Sale bruscamente de sí mismo, se separa de sus pensamientos y decide que hay que regresar. En ese momento Boniato tira de la cadena y con ella de él, que casi cae. Logra conservar el equilibrio porque justo entonces el terreno se empina y él apoya su mano en una ladera imprevista mientras oye al perro ladrar con furia. ¿Qué habrá visto? Los tirones del perro le impiden recuperar del todo el equilibrio y se ve obligado a trastabillar en pos de Boniato subiendo por esa ladera. ¿Qué está pasando? Trata de gritarle al perro que se calle, pero una inquietud repentina le hace callar. Algo no va bien. Oye, lejanas, unas voces, sin distinguir las palabras. Al menos no todavía. El perro se ha detenido y él supone que está en la cima de aquel montículo de piedra y tierra, porque no recuerda que en esa zona hubiese una montaña o un obstáculo de mucho tamaño, debe de ser algo nuevo o quizá algo que siempre estuvo allí pero que por carecer de suficiente relieve él no lo había notado; también pudiera ser un cúmulo de tierra depositado allí desde una obra cercana. Boniato gruñe y ladra con más fiereza; las voces se escuchan mejor ahora; y oye, por fin distingue, nítida, una palabra: ‘¡Dispara!’. A continuación, el sonido de un impacto cercano.
El ciego siente ahora miedo. Alguien les está disparando, pero le queda lucidez para darse cuenta que a él no le pueden ver, a él no le ha dado tiempo de levantarse del todo, así que Boniato, que estará en la cima del montículo –se ha detenido, la cadena sigue tensa porque él está tirando, tratando de hacer bajar al perro- es lo único que esa gente tiene a la vista. Sin atreverse a darle una orden, tira con fuerza de la cadena y el perro resbala. Ahora oye con claridad el sonido de un disparo. El perro aúlla. A él le entra el pánico, tira con todas sus fuerzas de la cadena y el perro le obedece ahora y le adelanta corriendo. El ciego nota, a pesar del trastorno que le invade, que Boniato cojea. Oye mucho más cercana las voces. “Dispara, coño, dispara”. Un impacto muy cercano le hace correr sin miedo a un obstáculo por primera vez desde el accidente. Corre y jalea al perro, le grita que corra aunque el animal, impedido por la cojera, no puede ir más deprisa. ¿Qué hacer? Dios mío, ¿qué ocurre aquí? Este no era el guión previsto por nuestro protagonista. Pero los guiones nunca son tarea de los protagonistas ni de ningún otro personaje. Ellos no saben que lo que les ocurre está siendo imaginado y escrito por alguien a quien lo peor que le puede pasar es que deje de pensar y por tanto de escribir, alguien que puede tener un mal día y verse obligado a detener la historia; y si sucede eso, a lo mejor la historia se ve alterada por los pensamientos de más que ese creador omnímodo tenga mientras por el motivo que sea no pueda o no quiera centrarse por completo en dicha historia, zambullirse en ella y bucear en sus aguas de infinitas posibilidades, a pulmón si hace falta, y no salir hasta no haber vislumbrado, muy al fondo, el motivo que le ha impulsado a escribir lo que escribe, a torturarse con unas ideas y unos aconteceres que no van a modificar su vida. ¿O sí? ¿Y si es que sí? ¿Se verá su vida alterada en algún sentido por aquello que escribe, con tanto esfuerzo a veces? ¿Tiene sentido que sea así? A lo mejor el creador está empezando a intuir que la literatura no se puede concebir en términos utilitaristas; que es algo que no se puede evitar, que ocurre porque sí –o al menos él debe tratar de que ocurra-, sin otro motivo que un incierto pero abrumador impulso.
Comentarios
Creo que te dije alguna vez que hasta para ser feliz hay que utilizar la moderación; mucho más con los médicos que pueden llegar a crear adicción y dependencia. Creo que vas a tener que volver a leer a Moliere.
Sigue creando, seguro que sí puedes mucho más.