
La primera vez que Abel llegó tarde a casa, encontró a Lisa esperándole. Fumaba un cigarrillo con la vehemencia de los que esperan los resultados de una biopsia. Sentada en el sofá, con una bata de seda color salmón, tenía un aire tan angelical, de su rostro emanaba tal inocencia que desarmó los argumentos que había preparado Abel para justificar su retraso. Se sentó junto a ella en el sofá y encendió un cigarrillo; le ofreció uno a Lisa que acababa de apagar el suyo y le acercó la llama del encendedor. Fumaron juntos, dando hondas caladas al principio, para ir reduciendo la fuerza de la aspiración a medida que se reestablecía la paz en el salón. No hubo preguntas ni reproches. Abel se lo agradeció. Estaba cansado. Se habían casado hacía tres meses.
La primera vez que Abel dio una bofetada a Lisa tras llegar tarde y bebido, ella no trató de defenderse, pero mantuvo su mirada fija en la de él hasta que le desarmó la furia infundada. Él se sentó en el sofá y encendió un cigarrillo. Lisa se sentó junto a él y le cogió otro del paquete; esperó a que le ofreciera fuego y al final cogió ella el encendedor. Fumaron ambos con agonía, como si pretendieran contraer un cáncer con un solo cigarro. El segundo lo fumaron más tranquilos. Abel lloró entonces y apoyó la cabeza sobre el hombro de Lisa, que le acarició los pelos. Llevaban cinco años de matrimonio.
La primera vez que Lisa no quiso abrirle la puerta a Abel, que la golpeaba vociferando, ella le recordó la orden de alejamiento. Como él gritó con más fuerza, ella acabó por abrir la puerta. Después de la paliza, Abel se sentó en el sofá y encendió un cigarrillo que se consumió en su mano quemándole los dedos. Lisa, cuando se recuperó cogió el paquete a duras penas y encendió otro cigarrillo. Se desmayó antes de la tercera calada.
La última vez que Lisa vio a Abel, este vestía un traje negro impecable y su rostro tenía más vida que cuando estuvo vivo. Tras la ceremonia, los agentes que escoltaban a Lisa le volvieron a poner las esposas y la acompañaron hasta el coche patrulla. Camino de la cárcel, Lisa pidió un cigarrillo a los agentes, que le contestaron que no se podía fumar estando de servicio. Ella pensó que tal vez ahí estuvo el error, en fumar mientras dedicó al servicio de Abel los mejores años de su juventud.
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