
-Verá, doctor, todo comenzó hará unos seis meses. Yo siempre he sido muy bueno en lo mío; mis superiores, sin excepción, me han tenido en la más alta estima. Nunca me ha faltado trabajo, a Dios gracias. Soy muy meticuloso, me obsesionan los detalles, tengo pánico al fracaso, tal vez por eso lo hago todo tan bien, nunca fallo, y tal vez por la misma razón me encuentro hoy en este estado, con esta angustia que me ahoga y con este miedo que se me ha metido en el estómago, esta ansiedad, este sufrir. Disculpe usted las lágrimas, doctor, no lo puedo evitar, me salen así, de pronto, y no me puedo contener. A veces me pasa incluso en pleno trabajo, y claro, la vista se me nubla y eso dificulta mis tareas; he cometido algunos fallos últimamente, estoy empezando a ser cuestionado y eso me perjudica bastante, la voz se corre y en poco tiempo todo el mundo lo sabe, y antes de que te des cuenta, una carrera inmaculada como la mía se va por el desagüe, te quedas en la puta calle, con perdón. Así que por eso me decidí a venir a su consulta, doctor, porque no puedo más y desde luego no voy a permitir que mi familia se vea afectada por esto, que mis pequeños se queden sin techo y puede que hasta pasen hambre porque su padre tiene una depresión o lo que sea, eso me lo dirá usted, porque yo ya no puedo ni pensar, doctor, se lo juro, este sentimiento de culpa, estos remordimientos, este sinvivir, no puedo más, de verdad, no puedo…
-Está bien, tranquilo, hombre, tenga un kleenex, eso es, séquese las lágrimas y comencemos de nuevo, por el principio. A ver, ¿a qué me dijo que se dedicaba?
-Soy francotirador.
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