
Escribe Connolly: ‘El suicidio es contagioso: ¿y si también fuese infecciosa la agonía por la que han de pasar los suicidas mientras se ven conducidos a la resolución de quitarse la vida, de que todo está ya perdido? ¿Y si la hubieses contraído, Palinuro, y si esa enfermedad hubiese hecho presa en ti?’ (pag 65). En la misma página:’ Si en vez del socorrido e ineficaz remedio del Tiempo existiera una operación mediante la cual pudiéramos curarnos del amor, ¡cuántos nos abalanzaríamos a hacérnosla!’. ‘La meta de toda cultura es entrar en decadencia por un exceso de civilización’. Sigue siendo Connnolly un escritor genial e incalificable (como ocurre con todos los genios), su lectura es un placer intelectual por su sorprendente facilidad para sugestionar y su capacidad para transmitir ilusión a pesar del pesimismo de sus escritos, o tal vez gracias a él. Es mi maestro, no sólo porque mi universo literario esté muy próximo al suyo, sino por su estilo, su manera de abordar la escritura, sus maneras parcas e intensas de plasmar las ideas, su derrotismo engañoso, su verdad irrenunciable de pensar el mundo, su cinismo aparente que tantas angustias encierra, su clarividencia que le redime de todas sus dudas. Es un tipo que juega a ser un desvalido desbordado por los excesos de la vida cuando en realidad domina con sabiduría los trucos para sobrevivir en el más inhóspito de los mundos. Un irónico con simpatía, pero hay que saber descubrirla. Un regalo para quien sepa leerlo. Y disfrutarlo.
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Un abrazo.