No me lo puedo creer. Llevo tres días con casi sus tres noches -soy insomne- gestando un nuevo blog construido con la pericia de mis manos auxiliadas por el capricho del azar cuando descubro que esta herramienta virtual llamada blogger ha rellenado las carencias que me habían animado a desplegar velas en mi propia nave dejando sin sentido mis singladuras. Así que de momento estoy al pairo y fumo tabaco en pipa como Marlow o como Crusoe. Estos de Google, ¿son de Bilbao o qué? (Mis simpatías a los bilbainos)
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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Un abrazo