No sé si reírme o llorar, pero tengo un atasco en mis labores porque no sé cómo coño cambiar el formato de un texto y hacerlo más ancho. Nunca he querido someterme a la tiranía de los ordenadores -ni de ninguna otra máquina-, pero confieso que estoy, aunque no lo quiera, sometido. No se trata de una rabieta de niño perezoso o inepto sino de la constatación tremenda de que lo que hasta ayer tomaba por simple desgana de adentrarme en un mundo en teoría prescindible se ha revelado como la evidencia de que esa apatía hacia lo cibernético camuflaba una inseguridad ante la magnitud incierta de lo desconocido y una carencia de voluntad en mensurarlo. Tengo ante mí un texto de cierta anchura y quiero ajustarlo a las dimensiones de una nueva hoja virtual más grande, y no sé cómo hacerlo. Lo risible o lamentable es que a causa de mi impericia o ignorancia llevo empantanado casi un día -lo juro por Snoopy-. ¿Es justo, oh dioses, este castigo por mi desplante al ‘Progreso’? Reclamo hunildemente una columna de al menos treinta metros en mitad de un extenso desierto en la que, como Simeón ‘el Estilita’ pueda colgar mis muchas y vergonzosas carencias sin someterme al tormento de las risas de los filisteos.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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Un abrazo