De todos los habitantes de la memoria los fantasmas son los únicos que nos devuelven una y otra vez a un pasado funesto que querríamos olvidar para siempre. Todos mis fantasmas tienen un solo nombre: Maximilian; o Mad Max, como yo le llamaba para mis adentros. Nacimos casi al mismo tiempo, como todos los gemelos, pero ya en la cavidad intrauterina estableció la prepotencia y el desprecio como puntales de su ley y salió al mundo el primero de los dos afirmando sus pies sobre mi calva cabeza para tomar impulso. El resto de nuestra vida en común fue una sucesión de acontecimientos -de índole muy parecida a ese tan precoz como agorero- que se enlazaban como eslabones de una cadena de la que él tiraba y a la que yo estaba sujeto como un esclavo o un perro malquerido.
Mi sangre se congela cuando rememoro algunos de los episodios ignominiosos que padecí bajo la tiranía de Max, que siempre salía airoso de las investigaciones de mis padres sobre los sucesos gracias a una habilidad diabólica para mentir sin que le temblara ni un párpado y con la inteligencia y el aplomo necesarios para no pillarse jamás los dedos. Como resultado, sobre el escarnio de Max, sufría yo la reprimenda de mis padres, que ante la falta de respuestas arremetían contra mi debilitad innata culpándome de todo aquello en lo que yo sólo había intervenido como sujeto paciente y sufridor.
Y así, impune él y tundido yo, nuestra infancia dio paso a la adolescencia, que no mejoró apenas la situación y mostró a mis ojos llorosos un panorama tan desolador y atrozmente rutinario como lejano el deseado momento en que la vida separaría nuestros senderos redimiéndome de mi injusta condena bajo el yugo de Max.
Pero al fin aquel momento llegó, y después los años y los acontecimientos, numerosos y aciagos, se ocuparon de ir arrinconando en mi memoria el fantasma de Max, hasta que aquella noche, en aquel bufete de abogado, en aquel informe sobre el nuevo interno, apareció realzado con tinta luminosa el escalofriante nombre de mi aborrecido hermano gemelo, y mis ojos casi quedaron ciegos a causa de su mirada escondida tras aquel nombre mecanografiado, una fulminante mirada de Gorgona de ultratumba que regresaba de mi pasado para, sin duda, hacer añicos mi frágil futuro.
Jodida memoria.
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Un abrazo