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No era quien parecía ser

Jim, la asiática, la huraña supuesta compañera de piso de la Madison MacCoy pelirroja se la había cepillado sin un parpadeo de sus ojos rasgados. Un tiro certero en la nuca que traslucía habilidad en el manejo de armas de fuego. La pistola, inmóvil en su brazo tieso como una ballesta, me apuntaba a mí al haber caído Madison. Sopesé en su mirada la posibilidad de que me liquidase también. Ella adivinó mi pensamiento y bajó con lentitud el brazo. En su cara apareció el esbozo de una sonrisa.

-¿Asustado, Benjamin?

-Acojonado, para ser precisos.

-No hay motivo. Sígueme.

Subió la escalera hasta la planta superior delante de mí, sin volverse para comprobar si la seguía u optaba por huir. Creo que me sabía incapaz de lo último. Entró en un dormitorio y me invitó a seguirla. Se sentó frente al espejo y asistí embobado a un ritual de desmaquillaje y transmutación de identidad al final del cual pude contemplar en el espejo iluminado por focos la mirada azul y el pelo rubio de Madison MacCoy, de la Madison MacCoy que me visitó en el manicomio para prevenirme.

-La auténtica Madison MacCoy -espetó con una sonrisa luminosa.

-¿Y cómo puedo estar seguro? -pregunté estúpidamente.

-No puedes, cariño, tendrás que confiar en mi palabra. Tienes cara de estar enfadado. Relájate, cielo. Imagino que querrás algunas explicaciones. -Decía todo eso mientras se cepillaba el pelo frente al espejo, sin mirarme. Estallé.

-¡Por supuesto que quiero explicaciones! En primer lugar, si eres la auténtica Madison MacCoy ¿por qué no estás muerta? Al menos, oficialmente lo estás, ¿no? En segundo lugar, seas quien seas, ¿por que fuiste al sanatorio a prevenirme? ¿Tanto te preocupaba un pobre loco al que nunca antes habías visto? En tercer lugar, ¿para quién trabaja el Cornucopia, y por qué quiere liquidarme su jefe? Y por último, ¿qué narices pinta mi hermano Maximilian en este turbio asunto?

-Todo a su tiempo, querido Benjamin, todo a su tiempo...

Se volvió hacia mí con la velocidad de una tigresa, y con su misma mirada fiera; sentí un pinchazo en el cuello y las tinieblas lo inundaron todo.

Jodidas rubias.

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