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Desayuno sin diamantes



Los sueños chungos es lo que tienen, que te amargan los días sin una causa aparente, así por las buenas; tal vez como castigo del subconsciente, que erigiéndose en juez supremo de tu vida, te los impone como pena por algún pecado del que no guardas memoria. Mis sueños más castigadores siempre han tenido en común la presencia de mi hermano Maximilian. Si en mi infancia fue una pesadilla para mí, eso que me estaba haciendo en la madurez (poco madura, en opinión de mis psiquiatras) no tenía nombre, porque 'pesadilla' es un término que además de redundante se hubiera quedado corto. Max estaba amenazando con sus apariciones oníricas el precario equilibrio mental que a duras penas conservaba, y daba alas a las descabelladas teorías de los médicos que me trataban acerca de un impulso reprimido de exterminio que supuestamente albergaba yo sobre la figura de Max, impulso que afianzaba sus argumentos para mantener mi reclusión con carácter indefinido aferrándose a un pálido principio de escasez de solvencia mental tan indemostrable como su contrario.

Sólo un período de mi niñez nunca aparecía en los sueños, pero como por desgracia tampoco lo hacía en la memoria, no sabía de qué período se trataba. Sólo podía decir que había un lapso de tiempo en mi vida que permanecía en la penumbra y que me hubiera gustado sacarlo a la luz para ver si arrojaba algo de esta sobre los muchos miedos y las pocas respuestas que salpicaban mi existencia.

Tras asearme y ponerme un chándal viejo que me quedaba pequeño bajé a la cocina, donde Madison me esperaba para desayunar.

-Buenos días, dormilón, ¿qué tal has pasado la noche?

-Las he tenido mejores. Mira, Madison, antes de comenzar el interrogatorio al que te pienso someter debes saber algo sobre mí. No sé quién soy, y eso me atormenta. Me refiero no sólo a que nunca he tenido una vida propia, sino también a que me siento perdido, como un vagabundo sin memoria mendigando un poco de dignidad, porque sólo se puede ser digno cuando uno se compara con aquel que un día fue y constata que ha evolucionado en el sentido correcto. Y yo no tengo esa referencia, un banco de niebla espesa mi mente y sólo consigo avanzar alargando los brazos, así, y tanteando a mi alrededor.

-¡Suéltame las tetas, cochino!

-Perdóname, por favor -imploré escondiendo los brazos detrás de mi espalda-, sólo trataba de ser gráfico, te juro que no tenía otra intención.

-¿De veras? Pues ese bultito que hace el pantalón en tu entrepierna me dice otra cosa.

Mierda de chándal de baratillo.

-Lo siento, es que...

-Vale, vale, me hago cargo, un sanatorio no es el sitio adecuado para llevar una vida sexual sana.

-Y que lo digas, de hecho algunos de los pacientes son perturbados sexuales..., pero no vayas a creer que es mi caso.

-Mira, Ben, ahora ya sé con certeza algo sobre ti. No eres gay.

-¿Es que pensabas lo contrario?

-No, es que no sabía lo que pensar sobre nada relacionado con tu persona. Eras y sigues siendo un completo misterio, salvo por los escasos datos que me facilitó la persona que me contrató, y que hasta ahora me han servido de poco. Yo también quiero que sepas algo antes de ese inevitable interrogatorio. Te he cogido cariño, Benjamin. No pongas esa cara, por favor, dejémoslo así por ahora. ¿De acuerdo? -me ofreció la mano, se la estreché.

-De acuerdo.

-Pues vamos a desayunar, estoy famélica.

Yo también lo estaba. Comimos en silencio.

¿Bultito?

Jodidas castradoras.

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