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Hortensia

Las mil y una noches de Hortensia Romero”, novela de Fernando Quiñones, fue finalista en el premio Planeta hace ya tantos años que no recuerdo el ganador, ni me importa. El autor se mete en la piel de una prostituta con desparpajo, y borda el perfil de una señora consciente de sus acotamientos sociales, pero también liberal y siempre dispuesta a comprender al otro, sea quien sea. Era Hortensia la encarnación de un Jesucristo redivivo y sin los embarazos dialécticos que más tarde la iglesia cristiana difundió, sobre todo en cuestiones referentes al sexo, y que poseía un atrevimiento, frescura e irreverencia al hablar de temas sexuales que uno piensa si no hizo bien manteniéndose en los límites literarios.

Leí el libro a los dieciséis años y me masturbé con su lectura noche tras noche, con frío y con culpa. Pero a medida que me adentraba en sus páginas notaba cómo estas me poseían y me transportaban a un universo de lujuria como nunca antes hubiera imaginado. Fue, para mí, una apoteosis, un holocausto, una génesis.

Lo releí después, pero ya nada fue lo mismo. Hortensia me arrebató la virginidad física; Quiñones la literaria.

Benditos sean.

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