La miré a los ojos y vi mi derrota. Eran ojos de diosa que usurpa los destinos de gentes que deambulan, como yo, en busca de sí mismos, ojos que nunca ceden a la tregua de un parpadeo. Yo no era diferente de los demás decapitados, que jugaron con ella en busca de la fama, del oro y las lisonjas, del mísero clamor de una voz ahogada en las gargantas antes de nacer siquiera. No quise, no pude, no sé cómo lo hice, pero no aparté los míos; clavando en sus pupilas el odio del menosprecio, no, del menospreciado, porque era eso, siempre había sido eso, para mí y para los demás decapitados. Nunca antes, no importa el tiempo ni el lugar, encontré otra mirada como la suya, tal vez la dejé ir, o no me importó, o sencillamente nunca existió. Ahora no sé nada, escribo con barro sobre una tablilla esperando el final del final en una celda oscura que comparto con las ratas, invoco recuerdos que me son vedados, la locura acabaría por determinar mi suerte, ese era todo mi consuelo. Aquellos ojos perpetuos, aquel excesivon peso de sus pupilas, aquella sabiduría imposible en su inerte mirada, inagotable mirada todopoderosa. Puso el tablero entre nosotros y colocó las piezas sin desviar sus ojos de los míos, proyección magnética de intensidad desesperada. 'Las blancas abren' me recordó humillándome. El resto, incluída mi cabeza rodada, estaba todo en su mirada eterna.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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