Tiene Dostoyevski un relato precioso titulado “Noches blancas” (Bielia Nochi) que no recuerdo ahora de lo que va pero me impresionó al leerlo. (Bueno, en realidad sí recuerdo de lo que va y el título original y parentético es una vacilada para quienes se dejen vacilar.) Pues ese relato corto, intenso y apabullante pertenece a una especie de ramificación literaria del genial autor, famoso por sus inacabables novelas. Digo inacabables sin ningún matiz peyorativo: lo eran literalmente, gracias a Dios. Pero es la 'obra menor' de este autor la que llama mucho mi atención, al igual que las 'obras menores' de otros muchos novelistas, con Kafka a la cabeza del pelotón. En primer lugar, un ejercicio de concisión literaria por parte de tamaños maestros es no sólo una cortesía para con los lectores más fatigados o menos entusiastas, sino una muestra de su capacidad para condensar en pocas páginas lo que bien pudiera requerir un amplísimo campo de plumas, y eso no está al alcance de cualquier escritor. De hecho, tengo la sospecha de que la dilatada extensión de algunos relatos solo está justificada por la exigencia de los editores (y de los lectores, claro).
Personalmente, siempre procuro abordar a los autores desde sus relatos cortos, porque tengo la certeza de que quien no sabe escribir prescindiendo de los 'ripios' de la prosa, que diría Horacio Quiroga, no sabe escribir en absoluto. Téngase en cuenta que autores de la talla de Borges, Monterroso, Lugones, Maupassant, o el propio Quiroga (obviemos a Quevedo), alcanzaron fama literaria sin haber escrito una novela prestigiosa. ¿Cantidad versus calidad? Simple y engañoso. ¿Cantidad luego calidad? Mentira. Queda la calidad sin la cantidad: supercherías. ¿Qué trato de decir entonces? Memeces: sólo el tribunal del público engrandece; el del tiempo, a veces, ennoblece. Y poco más.
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