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The Greatest

 He practicado artes marciales durante quince años, sobre todo 'Full Contact', pero también algo de Jiu-Jitsu, Thai Boxing y Hapkido. Cuando rememoro esos tiempos no tan lejanos siempre me queda un amargor, una añoranza de cierta gratitud, no porque tuviese yo cualidades para destacar en esas disciplinas, sino por el poco reconocimiento que estas reciben, una casi marginación, por parte de asociaciones deportivas y estamentos administrativos gobernados (¡cómo no!), por lo políticamente correcto; y, claro, entiendo que no se vea como político ni como correcto aplastarle la nariz a tu contrincante, como ocurre con frecuencia en los deportes de lucha. Un comentarista deportivo estadounidense dejó una frase memorable para la posteridad: “La otra noche fui a ver una pelea y estalló un partido de hockey”. No voy a entrar en puntillosas interpretaciones de la ética del 'fair play' en el deporte, que tan poco definida está, ni abundaré (y esto sí que daría jugo) en anécdotas ilustrativas como la de aquel penalty mal pitado por el árbitro que el propio delantero objeto del cual se ocupó de subsanar aclarando que no había pasado nada, para perjuicio de su equipo, como contraejemplo de lo que una honestidad llevada al extremo puede hacer por el deporte en general. Sólo diré que mientras me entrenaba dando y recibiendo puñetazos y patadas acabé hechizado por el boxeo.

Y el boxeo, para mí, es Cassius Clay/Mohammad Alí. Ayer, en el partido de tenis en el que se enfrentaban Roger Federer y Djokovic el comentarista recordó una cita en la que un tenista famoso aseguraba que quien inventó el tenis estaba convencido de que algún día llegaría alguien como Federer para jugarlo en todo su esplendor y sacarle toda su belleza. Lo mismo se puede afirmar de Clay y el boxeo. Hasta Clay, los pesos pesados habían sido tipos muy duros (algunos de ellos reclusos acostumbrados a hacerse respetar a base de puñetazos) hábilmente maquillados para que pareciesen atletas, tipos sin habilidades pero contundentes, rectilíneos y letales. Y aparece Clay y se ventila en un plis plas a un Lamar Clark, que había tumbado por la vía rápida a sus últimos cuarenta rivales, y conquista el título mundial de los pesados desplegando ante el duro durísimo Sony Liston una coreografía de movimientos más cercana al ballet que al noble arte del boxeo, cuya esencia consiste, en palabras metafóricas del propio Clay (es un narcisista incurable que adora la poesía, sobre todo la suya) en “volar como una mariposa y picar como una avispa”. Queda claro que Cassius es un esteta; y además es un negro guapo, tiene carisma y se opone al sistema norteamericano por convicciones éticas (se negó a ir al Vietnam y eso le costó el título y el ostracismo deportivo al que se vio relegado durante cinco años).

La gloria, el esplendor llegan de la mano de Joe Frazier y George Foreman. Con Frazier (que medía 180 centímetros frente a los 197 del ya converso al islam Muhammad Alí) disputó dos agónicos combates (perdió uno y ganó el otro) para, tras imponerse a los puntos en un tercero de desempate, asegurar que no había conocido a nadie tan valiente como el bueno de Joe (luego se supo que Frazier peleó prácticamente ciego del ojo izquierdo, lo que aumenta su gloria), elogio que dice mucho viniendo del maestro de la provocación y del vituperio (ríanse ustedes de Mourinho). Lo de Foreman fue épico. George tenía 26 añitos y Alí 33. Se emplaza el combate en Kinsasha, capital del entonces Zaire (hoy Congo). A Foreman no le afectaba lo más mínimo la verborrea arrogante de Ali, confiaba en la potencia de sus puños (y con motivos sobrados). Sólo tenía que esperar a que Alí se cansara de revolotear y picar para cazarlo con un gancho demoledor. Empieza el combate y...¿qué hace Alí? Se apoya contra las cuerdas dejando que Foreman despliegue toda su artillería. Nadie da crédito a lo que ve. Con esa estrategia Alí no podía durar mucho. Pues la mantuvo durante ocho asaltos; en el octavo, un Foreman desgastado por la violencia de los golpes que enviaba sin surtir efecto y bastante perplejo bajó un momento la guardia. Fue suficiente: a los treinta segundos pugnaba por levantarse de la lona con la mirada vidriosa y vacía de los aparecidos. Aquel combate le costó a Foreman una depresión de dos años y su retirada prematura del boxeo. Alí, Clay, 'the greatest' (el más grande) fue apagándose dulcemente con los años. En Kinsasha había creado una inverosímil estrategia para vencer a un rival netamente superior. Y sólo él pudo llevarla a la práctica. Está patentada en el Olympo, departamento de 'genios irrepetibles', sección 'sólo hay uno'. (Eres, sigues siendo, al menos mientras yo viva, 'The Greatest')

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