El viernes fui a hacerme una analítica. Me la había pedido el médico en enero pero siempre hay trabajo por hacer cuando se trata del médico, y no he podico encontrar un hueco hasta agosto. Fui en ayunas, como está prescrito, y en ayunas de las buenas porque no había cenado la noche anterior. Vivo en Cártama, un pueblo no muy grande, y analíticas no se hacen pero en una farmacia te recogen el producto interior y lo mandan analizar a cambio de un buen sablazo. Así que fui a esa farmacia el viernes, en cuanto abrió, y me puse a hacer cola. La cola era de personas mayores, muy mayores, que madrugan para aprovechar las horas que les quedan y son los primeros en llegar a cualquier sitio relacionado con la enfermedad o la muerte. A un señor anciano, apergaminado y con un garrote se acercó un señor mayor, violáceo y con una panza que daban ganas pincharla.
-Hombre, Antonio, ¿qué haces tú por aquí?
-Paracaidismo, no te jode.
Se conoce que el buen hombre no estaba para milongas. Qué hubiera respondido, me pregunté, de haber sido lunes y no viernes. El panzudo insistió, toda una vida dedicada a pegar la hebra.
-Hombre, Antonio, veo que sigues con el mismo humor de siempre; y qué, ¿cumpliste ya los ochenta?
-¡Los ochenta! El próximo diciembre, si dios quiere, haré ochenta y seis.
-Pues no los aparentas, qué bien los llevas, hijo, oye, y tu primo Juan ¿aún vive?
-Pues sí, ahí anda, en mi familia ya sabes, somos duros.
-Y que lo digas, oye, ¿y tu sobrina Pili?
-Esa se murió.
-Vaya por dios.
Era una de esas conversaciones que te alegran el día. Dudé si abandonar la cola y hartarme de pan cateto con manteca colorá, hambriento como estaba, con más hambre que el cámara vegetariano de 'El último superviviente'. Cuando me llegó el turno me indicaron que la cola para analíticas era en la puerta de al lado, como siempre, y cuando me hube desembarazado de esa otra cola un señor mayor me puso al tanto de que al ser fiesta en Málaga ese día no pasarían a recoger las muestras, y me aconsejó que volviera el lunes.
-Pero usted le ha sacado sangre a los que había antes que yo.
-Es que ellos son de confianza y a usted no lo conozco de nada.
Ante la contundencia del argumento opté por marcharme sin protestar. La analítica será en otra ocasión, pensé no sin regocijo. Me dirigí a un bareto cercano y pedí el pan y la manteca pero sólo podían ofrecerme, me comunicó un señor mayor con cara de mala leche, una tapa de higadillo encebollado recalentado en el microondas. El anciano camarero me acabó de tocar los cojones.
-Que sea una ración.
-El plato no cabe en el micro.
-Pues me pone usted cinco tapas, joder.
-No se me ponga usted gallito que, aquí donde me ve, con mis años, todavía salto la barra y le parto a usted la cara.
Hostias, tú, cómo está el inserso. A modo de excusa le pedí un litro de Cruzcampo. A las once estaba ciego. Un parroquiano mayor y con un perro entró en el bar. El perro se me quiso cepillar la pierna. Para no armar alboroto, le lancé al dueño una ironía suave.
-Qué, el perrito se llamará Nelo, ¿verdad usted?
-¿Cómo dice?
-Digo que Nelo, K. Nelo, ¿no? -me entró la risa floja-. El anciano no perdió la compostura pero guiñó un ojo y me lanzó un besito pícaro.
-No, guapetón. Se llama Klein, Calvin Klein.
Definitivamente, la senectud está revolucionada. Será cosa de telecinco.
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