No sé si nos hemos dado cuenta, pero estamos (existimos) en un estado de derecho que dispone de un sistema judicial independiente. Esto significa que por muy apegados que sigamos a la inercia de una dictadura que no termina de morir nuestras leyes son soberanas y lo que dicen va a misa. Me permito la ironía porque aparecen más a menudo de lo que sería democráticamente saludable juicios mediáticos más contundentes que los oficiales que trastornan, a veces de manera definitiva, la vida de algunos ciudadanos. Sólo pondré un ejemplo, aunque los hay a porrillo: el señor Buenafuente tuvo la descortesía de hacer un chiste fácil en su programa acerca de la atleta Marta Domínguez, merecedora de diversos galardones por su intachable carrera deportiva, y en aquel momento encausada por un supuesto delito del que quedó absuelta por completo meses después. Pues bien, el señor Buenafuente -un cómico excelente a mi entender- no se ha tomado la molestia de pedir disculpas a Marta Domínguez una vez aclarado el asunto. Nadie se toma la molestia de pedir disculpas a nadie en este país, pero si eres periodista se trata de algo innerente a tus obligaciones deontológicas porque estás jugando con la reputación de las personas, o sea que es obligatorio. Y la reputación sigue valiendo mucho en esta sociedad, pero por encima de todo está la dignidad de aquellos a los que por hacer un chiste fácil se les disminuye la suya. Si yo fuera el novio de Marta no dudaría en tomarme la venganza por mi mano -dos tortas, no crean-, aunque si fuera el responsable político que permitió tamaña felonía me haría el harakiri, práctica que por desgracia no está de moda entre los políticos de este país, por mucha falta que le haga al mismo.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
Comentarios
Gracias por pasarte por mi casa, la verdad es que lo único que me invade es la pereza, por lo demás todo bien. Esperaremos que el calor nos abandone y a ver si recuperamos el hábito de visitar a los amigos.
¿Todo bien?