Yo
cuento el cuento de una estrella sin noche, de un rumbo sin barco, de
un llanto que llora una risa sin fin. Cuento un cuento sin final que no deja huella,
esa huella fácil que solo está en el fin. Cuento cuentos sin contar
contigo, cuento historias que dejan dormir, las olvidas con la
rapidez de un parpadeo y no echas de menos principio ni fin. Cuento
lo que invento sin que me lo pidas, y yo y los inventos nos llevamos
bien: yo imagino un imposible idiota y ese pobre idiota ya vive sin
mí. Cuento lo que siento sin sentir de veras, cuento lo que un tonto
no supo contar, cuento lo imposible y hasta lo impensable que antes
que yo alguno ya pensó por mí; y lo hizo posible, y no él sino el
tiempo, que estropea los cuentos de nunca acabar. Cuento mis
miserias, cuento mis mentiras, cuento mis anhelos, cuento mi verdad.
Cuento tus sonrisas, cuento tus silencios, cuento los minutos que nos
quedarán. Cuento sin descanso, cuento sin contar, cuento sin aliento
si te cuento a ti. Cuento por decreto, cuento por condena, cuento lo
que cuento sin poder contar lo que contaría si me lo pidieras, lo
que contaría si fueras verdad.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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