Mañana -dentro de un rato porque no puedo dormir- viajaré a Roma. Me equivoco al pensar que voy a un sitio conocido, seguro, muy distinto de esos desiertos enclavados en culturas potencialmente hostiles, porque no hay situación más potencialmente hostil que la que genera un presidente de gobierno que no quita ojo del culo de una integrante del equipo diplomático de un país amigo en una reunión de mayor o menor importancia. Berlusconi es un enfermo que gobierna a golpe de instinto sexual -se dice que no es raro verle hacer lo que le sale de los cojones-. Tal vez haya más casos de gobernantes rijosos, pero como se toman la molestia de disimular no se les nota. ¿Y qué? Una exacerbada libido es perjudicial para un buen gobierno tanto como una velocidad elevada influye en la calidad del tocino. De acuerdo que un personaje público en el puesto de Berlusconi debería dar cierto ejemplo moral, pero el mismo argumento aplicado a otros personajes públicos no parace surtir efecto; verbigracia, Maradona. Quiero decir que evitando los extremos un político debe hacer buena política y un futbolista buen fútbol. Y la moral para los domingos. Todos deseamos, sobre todo en estos tiempos turbios en los que todos -especialmente los referentes políticos- perdemos los papeles, una imágen intachable a la que aferrarnos, un héroe de nuestro tiempo. Y, precisamente por el excepticismo que conlleva la miseria inabordable por la clase política, nos resignamos no ya a la ausencia de ese héroe, sino al engaño que desde pequeños nos ha alentado a creer en su existencia oportuna, salvadora, redentora. La crudeza de los hechos no es incompatible con la existencia de un (os) héroe (es) redentor (es); pero nuestro nivel de pesimismo sí que lo es. Para que una ilusión se haga realidad es condición indispensable desearla con un fervor algo más que regular, y los ánimos en este país no están por la labor de pensar en Peter Pan. Un gran error, en mi opinión, porque aunque Peter Pan no trajera consigo una panacea para nuestra situación, al menos traería a Campanilla. Y eso significaría empezar con muy buen pie cualquiera que sea el camino que decidamos recorrer.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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