El
conspicuo economista norteamericano John Kenneth Galbraith solía
decir de quienes hablaban con seguridad sobre economía que se
dividían en dos grupos: los que no saben y los que no saben que no
saben. En su obra “Breve historia de la euforia financiera” cita
ejemplos de épocas de entusiasmo económico y financiero en las que
siempre hubo insignes economistas (incluso algún premio Nobel) que
no dudaban en disertar acerca de los fundamentos inapelables que las
justificaban y hacían posibles, casi siempre justo antes de la
catástrofe que pone fin invariablemente a dichas épocas. Muchos de
esos 'sabios' o 'gurús' se implicaban personalmente en las
especulaciones y algunos de ellos acabaron arruinados o en la cárcel
o ambas cosas. El mecanismo de las burbujas especulativas siempre es
el mismo y la amnesia de los especuladores también. Por desgracia
para los ciudadanos, que somos quienes en último término sufrimos
las desastrosas consecuencias, el final abrupto y desolador tampoco
falta nunca y solo varía en la intensidad de su capacidad
devastadora. Luego, cuando ya el mal está hecho, tampoco faltan
analistas que encuentren fenómenos sociales cuya anomalía
explicaría lo ocurrido, pero siempre -y esto también es una norma-
se olvidan de mencionar el afán de lucro sin esfuerzo y el efecto
contagioso de la codicia como principales y hasta únicos causantes
de tan lamentables situaciones que tanta pobreza generan y cuyos
efectos siempre sufren quienes nada tuvieron que ver con las causas:
las clases medias y bajas de la pirámide social. Los mercados
precisan de una regulación que impida a unos cuantos avaros sin
escrúpulos arruinar países enteros, porque esa gentuza para colmo
tiene suerte y se recupera con el tiempo, ese tiempo en el que tantos
otros sin tanto poder se dejan la vida misma por el camino.
El
conspicuo economista norteamericano John Kenneth Galbraith solía
decir de quienes hablaban con seguridad sobre economía que se
dividían en dos grupos: los que no saben y los que no saben que no
saben. En su obra “Breve historia de la euforia financiera” cita
ejemplos de épocas de entusiasmo económico y financiero en las que
siempre hubo insignes economistas (incluso algún premio Nobel) que
no dudaban en disertar acerca de los fundamentos inapelables que las
justificaban y hacían posibles, casi siempre justo antes de la
catástrofe que pone fin invariablemente a dichas épocas. Muchos de
esos 'sabios' o 'gurús' se implicaban personalmente en las
especulaciones y algunos de ellos acabaron arruinados o en la cárcel
o ambas cosas. El mecanismo de las burbujas especulativas siempre es
el mismo y la amnesia de los especuladores también. Por desgracia
para los ciudadanos, que somos quienes en último término sufrimos
las desastrosas consecuencias, el final abrupto y desolador tampoco
falta nunca y solo varía en la intensidad de su capacidad
devastadora. Luego, cuando ya el mal está hecho, tampoco faltan
analistas que encuentren fenómenos sociales cuya anomalía
explicaría lo ocurrido, pero siempre -y esto también es una norma-
se olvidan de mencionar el afán de lucro sin esfuerzo y el efecto
contagioso de la codicia como principales y hasta únicos causantes
de tan lamentables situaciones que tanta pobreza generan y cuyos
efectos siempre sufren quienes nada tuvieron que ver con las causas:
las clases medias y bajas de la pirámide social. Los mercados
precisan de una regulación que impida a unos cuantos avaros sin
escrúpulos arruinar países enteros, porque esa gentuza para colmo
tiene suerte y se recupera con el tiempo, ese tiempo en el que tantos
otros sin tanto poder se dejan la vida misma por el camino.
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