Ir al contenido principal

Avaricia y gurús


El conspicuo economista norteamericano John Kenneth Galbraith solía decir de quienes hablaban con seguridad sobre economía que se dividían en dos grupos: los que no saben y los que no saben que no saben. En su obra “Breve historia de la euforia financiera” cita ejemplos de épocas de entusiasmo económico y financiero en las que siempre hubo insignes economistas (incluso algún premio Nobel) que no dudaban en disertar acerca de los fundamentos inapelables que las justificaban y hacían posibles, casi siempre justo antes de la catástrofe que pone fin invariablemente a dichas épocas. Muchos de esos 'sabios' o 'gurús' se implicaban personalmente en las especulaciones y algunos de ellos acabaron arruinados o en la cárcel o ambas cosas. El mecanismo de las burbujas especulativas siempre es el mismo y la amnesia de los especuladores también. Por desgracia para los ciudadanos, que somos quienes en último término sufrimos las desastrosas consecuencias, el final abrupto y desolador tampoco falta nunca y solo varía en la intensidad de su capacidad devastadora. Luego, cuando ya el mal está hecho, tampoco faltan analistas que encuentren fenómenos sociales cuya anomalía explicaría lo ocurrido, pero siempre -y esto también es una norma- se olvidan de mencionar el afán de lucro sin esfuerzo y el efecto contagioso de la codicia como principales y hasta únicos causantes de tan lamentables situaciones que tanta pobreza generan y cuyos efectos siempre sufren quienes nada tuvieron que ver con las causas: las clases medias y bajas de la pirámide social. Los mercados precisan de una regulación que impida a unos cuantos avaros sin escrúpulos arruinar países enteros, porque esa gentuza para colmo tiene suerte y se recupera con el tiempo, ese tiempo en el que tantos otros sin tanto poder se dejan la vida misma por el camino.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO

Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...

I dreamed a dream

La conocí en mis sueños. Apareció de repente. Era rubia, delgada y vestía una túnica azul cielo. Su risa repentina expulsó del sueño a los fantasmas habituales y me devolvió de golpe la alegría de soñar. Con voz coralina me contó un largo cuento que yo supe interpretar como la historia de su vida en un mundo vago e indeterminado. Sabía narrar con la destreza de los rapsodas y usaba un lenguaje poético que le debía sin duda a los trovadores. Todo en ella era magnético, sus ojos de profunda serenidad, su rostro de piel arrebolada, sus manos que dibujaban divertidas piruetas en el aire para ilustrar los párrafos menos asequibles de su discurso, los pétalos carmesí de sus labios jugosos. Cuando desperté me sentí desamparado y solo, más solo de lo que jamás había estado, empapado de una soledad que me calaba hasta los huesos. No me levanté y pasé el día entero en la cama deseando con desesperación que llegase de nuevo el sueño, y con el sueño ella. Soy propenso al insomnio, sobre todo cua...

La inutilidad de algunos tratamientos

Cuando los padres de Miguelito llevaron a su hijo al psicólogo a causa de unos problemas de adaptación en el colegio se quedaron sorprendidos del diagnóstico: Miguelito era un superdotado para casi todas las disciplinas académicas pero un completo gilipollas para la vida. El psicólogo les aconsejó que no se preocuparan porque esto era algo relativamente frecuente y además se podía intentar solucionar con una terapia adecuada. El niño era un fuera de serie en lo abstracto y un completo negado en lo práctico. Así que se estableció un programa terapéutico que debía dar los frutos deseados en un año a más tardar. Ya desde las primeras sesiones el terapeuta advirtió que los resultados iban a depender en buena medida de la inversión de la gilipollez de Miguelito, que parecía tener más calado psíquico que las habilidades por las que destacaba su mente. A pesar de los diferentes métodos usados por el especialista para frenar lo indeseable y potenciar lo más valioso en la mente del niño, ning...