¿Por qué somos tan débiles ante la
vanidad? Admito que yo, sin batir records en este aspecto, tampoco
soy inmune a los malas artes con que nos reclama, seduce y acaba por
esclavizar esta puñetera Circe del alma, esta corruptora de menores
de doscientos años, esta tramposa que se deleita haciéndonos caer
en la trampa más antigua de la humanidad: la de creernos
importantes. La naturaleza siempre se ha encargado de dejar bien
claro nuestra insignificancia como especie y, utilizando una especial
dureza, de lo prescindibles que somos cada uno de nosotros como
individuos. Pero parece que no acabamos de entender el mensaje y
caemos, generación tras generación, uno detrás de otro, en la
ilusa promesa de una relevancia que nos está vedada en la historia. Este planeta
seguirá girando cuando ya no estemos y no habrá ser vivo que vaya a
cambiar las flores de nuestras tumbas. La vida es la vida de cada uno
y al conjunto cósmico le importa un pimiento nuestra fugaz
existencia. Todos somos sustituibles aunque creamos, desde nuestro
narcisismo, todo lo contrario. El sol seguirá saliendo cuando ya no
estemos y tal vez otra especie sepa apreciar la belleza de un
amanecer, otra especie que piense menos en sí misma y que sepa
apreciar con naturalidad todo lo natural, que sepa aceptarlo y no se
empeñe tozudamente en modificarlo. Y la vanidad solo es natural
porque alimenta en nosotros un protagonismo que supone un motor en
nuestras vidas, porque forma parte de la estructura de nuestras almas
y porque deja en evidencia una tremenda debilidad que causará con el
tiempo la extinción de nuestra especie. Hay personas inmunes a la
vanidad, pero están condenadas a extinguirse incluso antes que los
demás porque para el resto ellos son antinaturales, aberrantes,
íntegros y bondadosos por naturaleza, gente que se porta bien. Y ya
se sabe desde hace mucho que ninguna buena acción puede quedar sin
castigo.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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