
En cumplimiento de la promesa que hice
ayer voy a escribir sobre algo. 'Algo' es un término muy vago y por
lo mismo muy jugoso: 'Algo', ¿pero qué? Pues algo, ¿te parece
poco? (¿hablo conmigo?). Ray Bradbury ha muerto hace unos días y yo
no consigo llorar como lloré leyendo algunas de sus historias. A mí
los escritores me traen sin cuidado, solo me interesan -cuando me
interesan- sus escritos. Pero me he dado cuenta que con Ray ha sido
diferente, en él veía a una persona mayor tan, tan excepcional
humana y artísticamente, que lo hubiese querido como abuelo. ¿Se
imaginan ser el nieto de Ray Bradbury teniendo, como tiene uno,
inquietudes literarias muy marcadas? Sería como jugar al póker y
ganar. Una y otra vez. Sin tirar de faroles. Sin malicias ni miradas
torvas, solo la convicción de tener la mano ganadora, esa ventaja
que el destino otorga a quienes están dispuestos a morir por aquello
en lo que creen. Ray fue un elegido porque él decidió serlo, y
vivió una vida plena que ha dejado ecos para la eternidad literaria
y humana. Ahora voy a releer un relato suyo para poder llorar a
gusto, para añorar entre lágrimas al escritor, al hombre, al
abuelo, a Ray, el irrepetible Ray.
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