Hace un par de semanas fui a un
hotel-spa con la intención de limpiar mi cuerpo y mi alma. Una
advertencia a lo espiritualistas: spa no es sinónimo de karma, ni
siquiera de breve terapia cognitivo-conductual. Una vez acomodado me
invitaron a bajar en bata a un antro parecido al ammán islámico
pero sin su encanto. Me preguntaron acerca de mis dolencias, físicas
y psíquicas, y las resumí respondiendo que me jodían un huevo los
lumbares. Tras una charla esclarecedora sobre lo puñetera que puede
llegar a ser la psique para el soma, la chica responsable de mi
curación se untó las manos con una grasa muy parecida a la que le
ponen a mi coche en las revisiones y, tras ordenarme que me tumbara
boca abajo y me desprendiera de la toallita que cubría lo
imprescindible de mi anatomía (a lo mejor no fue en ese orden, pero
mi nerviosismo desfigura mis recuerdos) posó con suavidad sus manos
engrasadas sobre mi espalda y procedió a friccionar con vehemencia
desde el coxis hasta la nuca y viceversa. En su opinión yo estaba
muy contracturado (motivo por el cual fui, dicho sea de paso) y debía
encontrar una vía de escape al atosigamiento de los deberes diarios,
un modo de relajar mi mente para así de paso relajar mi cuerpo y
alcanzar un equilibrio psicosomático que me reconciliara con la
vida. Le dije que no sabía cómo así que ella me ofreció un pack
de dvd's y un libro donde encontraría el alivio a todas mis
tensiones. Como salió escopeteada en busca de aquel material yo me
di la vuelta y no caí en la cuenta de que ya no tenía toallita que
me protegiera. Cuando llegó la terapeuta ahogó un gritito y dijo
con voz sofocada y temblorosa que aquella zona ella no la trabajaba.
¿Y si te quedas con tu terapia enlatada y te doy a ti el dinero a
cambio de que alteres por una vez tus costumbres? Sugerí. Con ojos encendidos contestó que
sí. Dos semanas después me siento nuevo, aunque la espalda me sigue jodiendo y una pregunta me acosa: ¿Quién dio el masaje a quién?
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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