Hace un par de semanas fui a un
hotel-spa con la intención de limpiar mi cuerpo y mi alma. Una
advertencia a lo espiritualistas: spa no es sinónimo de karma, ni
siquiera de breve terapia cognitivo-conductual. Una vez acomodado me
invitaron a bajar en bata a un antro parecido al ammán islámico
pero sin su encanto. Me preguntaron acerca de mis dolencias, físicas
y psíquicas, y las resumí respondiendo que me jodían un huevo los
lumbares. Tras una charla esclarecedora sobre lo puñetera que puede
llegar a ser la psique para el soma, la chica responsable de mi
curación se untó las manos con una grasa muy parecida a la que le
ponen a mi coche en las revisiones y, tras ordenarme que me tumbara
boca abajo y me desprendiera de la toallita que cubría lo
imprescindible de mi anatomía (a lo mejor no fue en ese orden, pero
mi nerviosismo desfigura mis recuerdos) posó con suavidad sus manos
engrasadas sobre mi espalda y procedió a friccionar con vehemencia
desde el coxis hasta la nuca y viceversa. En su opinión yo estaba
muy contracturado (motivo por el cual fui, dicho sea de paso) y debía
encontrar una vía de escape al atosigamiento de los deberes diarios,
un modo de relajar mi mente para así de paso relajar mi cuerpo y
alcanzar un equilibrio psicosomático que me reconciliara con la
vida. Le dije que no sabía cómo así que ella me ofreció un pack
de dvd's y un libro donde encontraría el alivio a todas mis
tensiones. Como salió escopeteada en busca de aquel material yo me
di la vuelta y no caí en la cuenta de que ya no tenía toallita que
me protegiera. Cuando llegó la terapeuta ahogó un gritito y dijo
con voz sofocada y temblorosa que aquella zona ella no la trabajaba.
¿Y si te quedas con tu terapia enlatada y te doy a ti el dinero a
cambio de que alteres por una vez tus costumbres? Sugerí. Con ojos encendidos contestó que
sí. Dos semanas después me siento nuevo, aunque la espalda me sigue jodiendo y una pregunta me acosa: ¿Quién dio el masaje a quién?
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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