Bvalltu me recrimina la comida que he
tenido con mis amigos. Paco Acedo, Manolo Bernal, Juli Recuenco,
Fernando Bernal y un servidor. Es una comida en plan tertulia donde
comentamos diversas nimiedades y contamos chistes malos. La comida es
una excusa, lo que importa es la reunión de amigos, de viejos amigos
que se han querido a lo largo del tiempo y cualquier excusa les vale
para reunirse de nuevo. Juli, Fernando y Paco quedan para recorrer
quince quilómetros sabe Dios con qué propósito. No cuentan
conmigo, intuyo que por envidia, ¿y si yo hiciera el mismo recorrido
en la mitad de tiempo? ¿Y si , en el mismo tiempo, recorriera el
doble? Bromeo, claro, no es una competición sino un pasatiempo
deportivo. Luego, la comida. El ambiente algo soso, ¿por qué? Los
chistes, diría, pero también algo más. La próxima será mejor,
Bvalltu, no me regañes.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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