Un
dios menor me ha llamado por teléfono. Los dioses mayores -no
digamos ya el Gran Triunvirato semita-, más curtidos y mejor dotados
suelen hacer uso de gestos metafóricos para lanzar mensajes a los
humanos, tal vez para no pillarse los dedos con lo de las
interpretaciones, algunas muy caprichosas, tal vez porque no se les
ocurre cómo transmitir el mensaje con la ampulosidad y la ambigüedad
con que deben dirigirse a los humanos los dioses, tal vez porque en
realidad nada tienen que decir y les da por quemar una zarza solo
porque en el desierto no hay peligro de incendio forestal. Pues este
dios menor me ha advertido que sabe de buena fuente que un demonio
también menor me tiene enfilado. Me ha aconsejado que me ande con
ojo y, de ser posible, que pida ayuda allí donde me la puedan
ofrecer -y curiosamente no ha sido específico, no ha mencionado
ninguna iglesia ni hecho referencia a ningún sacerdote ni, por si
las cosas fuesen muy allá, a un experto en exorcismos-. A petición
mía, se ha identificado bajando la voz como Clavito. Se ha enfadado
al oír mi risa y casi ha rugido que qué demonios sabía yo de los
nombres al uso entre dioses. Tras una pausa que se me hizo eterna
volvió a la conversación achacando el vacío acústico a que le
habían obligado a lavarse la boca con incienso y mirra por haber
pronunciado la palabra 'demonios'. Dabuten, pensé, ni muertos nos
vamos a librar de las normas. Nos despedimos amistosamente. Minutos
después sonó el timbre de la puerta. Abrí y vi frente a mí a un
señor de negro que parecía un funerario. Me exigió el pago
inmediato de una cuota de la hipoteca atrasada y como le contesté
que no tenía un duro -(e)uro, (d)uro- me dijo que a su jefe iba a ir
y que me fuese preparando para pasarlas moradas. Con la cara
maquillada de indignación se volvió dispuesto a irse. “¿Conoce
usted a Clavito?”, le pregunté. “¡Ese gilipollas otra vez!”
dijo casi berreando, “¿sabe usted por qué es un dios menor?”,
preguntó. “No”. “Porque no tiene deudas, no debe nada a nadie,
no anda metido en líos con bancos, y por eso y porque va de buena
gente además tiene la conciencia tranquila, la cuenta corriente
limpia y vive como dios. De hecho, es la envidia del Cielo, el Olimpo
y todo eso. Como usted comprenderá, el resto de los dioses no pueden
consentir que ascienda en el escalafón, menudo ejemplo sería.” Se
marchó con pasos rotundos. Esta noche tenía un mensaje en el
contestador: “No es más feliz quien más tiene sino quien menos
necesita. Cuídate.” La voz juraría que era la de Clavito.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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