Algunas personas hibernamos en verano.
El calor nos afecta como el frío a los osos y debemos buscar una
madriguera fresquita que nos salve de los sofocos estivales. Y aunque
yo, con instinto de oso fuera de temporada, me refugio rigurosamente
cada verano lejos de veraneantes sedientos de sol y tinto de verano,
este he hecho una excepción -en mala hora lo decidiera- y mi
contrición y congoja no han de bastar para enterrar la experiencia
en el olvido como no bastaron los nefastos aconteceres del Caballero
de Los Leones para derrotar su insania mientras duró. He viajado a
Sicilia, patria de todas las mafias, donde en lugar de recibir de un
tipo facineroso y malencarado una oferta que no pudiera rechazar, he
sufrido la tortura térmica de de un suelo volcánico y abrasador que
haría sudar tinta china a un tuareg curtido en los desiertos. Además
me he puesto hasta el culo de espaguetis. Así que ahora me toca
purgar mis desatinos. Prometo retomar el relato interrumpido y
acabarlo de un tirón. En cuanto mi estómago me lo permita. Gracias.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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