No
puedo comprender a cuento de qué se crearon estas fiesta y estas
fechas navideñas. Tengo con quiénes pasarlas pero el que sea una
especie de deber, de costumbre social impuesta me repele hasta la
náusea. Y querría compartir la cena de Navidad en Kazajistán, con
revolucionarios kazakos dispuestos a volarle los huevos a San José y
al niño Jesús y a violar a la Virgen para acabar de una vez con el
misterio de la inmaculada concepción. Me quedan la mula y el buey,
lo sé, pero de ellos ya se han encargado por órdenes de Ratzinger
comandos de élite de la guardia suiza -habrán acabado con ellos a
base de obligarles a comer cantidades bestiales de chocolate,
supongo-. La comida de Chritsmats' eve deja mucho que desear en
cualquier lugar del mundo, excepto tal vez en el Congo, porque allí
no se come ni por estas fechas. Digo que no es una comida que me vaya
ni por el menú ni por la compañía. Porque para ser sincero existen
otros 364 días en el año para pedirle dinero a mi madre. Excepto lo
bisiestos, claro, que son los que tiene un día
más que el año
común, añadido al mes de febrero. Se repite cada cuatro años,
a excepción del último de cada siglo cuyo número de centenas no
sea múltiplo de cuatro. El Papa ese pensaba, el granuja.
Estoy
considerando la posibilidad de acudir a un remoto pueblo nepalí
donde los años se cumplen al revés, así que este fin de año
volveríamos al 2012. Sé que es muy traído por los pelos y no
quiero ni pensar en los deseos para el nuevo año.
-¡Happy
new year, my friend! Refiriéndose, en su ignorancia, al que
volveremos a vivir.
-Any
wish for a better year? Desde luego, respondo pegándole un tiro en
la frente. Qué más da, al año siguiente estaré libre de nuevo.
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Un fuerte abrazo