un mudo mirar
un miedo eterno
y unas plumas que temblaban
hendieron la piedad en
sus costillas
y brotaron la lástima y
las lágrimas
en la mujer mayor que no
quería
poner en juego una vez más
su frágil calma.
Mas la piedad de nuevo
palpitó en su pecho
que cien o mil pasiones
despecharon
y tendió su mano
y apoyó su palma
sobre unas plumas caladas
hasta el alma.
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