No
era un partido de futbol cualquiera, era contra el colegio Europa. Un
grupo de nosotros, todos del colegio malagueño Puertosol, situado en el puerto de la Torre,
habíamos dejada bien alta la bandera de nuestros valores (o rencores) personales
en distintos torneos de fútbol donde si no ganábamos quedábamos
muy cerca. A pesar del nulo apoyo de nuestro colegio. Éramos unos amigos que además de compañeros de estudios
buscábamos algo más de lo que aquel colegio nos
proporcionaba: una gloria deportiva que nos pertenecía. Una pequeña
gloria que ansiabamos tanto como los notables o los sobresalientes
que recibíamos tal vez a modo de compensación por las carencias de
infraestructura deportiva de aquel bendito Puertosol. Y un día
nos dijeron sin más: “El sábado tenemos partido con los del
colegio Europa, en su campo.”
El
colegio Europa era para nosotros la repera, el top ten. Sus alumnos
eran, a diferencia de nosotros, listos, guapos y con futuro. Su
equipo de fútbol, imbatible. Aquella tarde de sábado a ninguno de
nosotros nos sobraban agallas, y aún así salimos al campo a morir.
Pasaron dos cosas importantes para mí.
Una,
mi hermano Julián recibió una herida en un dedo que quedó casi
amputado por un incidente estúpido en el coche de mi padre cuando se
dirigían a ver el partido. Gracias a dios conservó el dedo.
Dos,
un tipo guaperas me amenazó, ya en el campo de fútbol, con romperme
las piernas si yo marcaba (era delantero). Marqué y empatamos.
El
tipo, lo supe después, se llamaba Antonio Banderas.
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