
El loro es alegre y parlanchín, me llama cuando quiere jugar y emite un sonido de honda pena cada vez que cojo el coche para salir de casa. Es curioso que me sienta más unido a estos bichos que a algunas personas que frecuento con demorada asiduidad. Será porque con ellos no tengo que hablar -aunque les hablo- ni darles explicaciones ni pedirles permiso para hacer lo que se me antoje. Nunca se enfadan conmigo y les parece bien todo lo que hago; nunca recibo reproches ni se instalan entre nosotros incómodos silencios. Los animales son comprensivos porque para ellos todo es natural y lo natural no está contaminado con el cinismo de la moralidad; los animales son seres amorales, carecen de perversiones y se dejan llevar por sus instintos; no mienten ni disimulan y su lealtad es inamovible. Mis perros, mis ponis y mi loro me enseñan cada día cómo debería comportarme para ser una buena persona, y yo a veces sigo sus mudos consejos. A cambio, no piden nada salvo un poco de alimento y mi presencia. Son mis mejores amigos. El loro se llama Juancho.
Comentarios
Pero admiro gente como vos
que son increibles