A veces, tal vez demasiadas, cuando me
encuentro en una encrucijada de caminos, me encasquillo, cojo
perlilla y no sé hacia dónde tirar. Me suele pasar más cuando uno
de los caminos tiene que ver con mi salud, cosas de ser
hipocondríaco. Me ofusco de tal manera que lo veo todo negro o rojo
-tanto da- y no hay luz al final del túnel ni voz meliflua que me
anime a ir hacia ella -hacia la luz-. En esas ocasiones me siento tan
ínfimo y tan pusilánime que llego a despreciarme como humano y
también como ser viviente porque ni al débil instinto que aún me
queda atiendo. Me limito, lo confieso, a sentarme enroscado sobre mí
mismo, con la cabeza entre las piernas y las manos tapandome los
oídos, esperando el vano milagro de que todo se solucione por arte
de magia y yo salga bien parado del atolladero que de seguro he
provocado yo mismo. Como la situación de espera milagrosa no puede
durar, a menudo soy presa de la ansiedad y la angustia, que combato
con ansiolíticos y angustiolíticos de fácil acceso: alcohol,
valiums, y poco más. A veces surten efecto, a veces no, y siempre
que la ingesta haya sido moderada las consecuencias, al día
siguiente, apenas se notan. Pero cuando a uno se le va la mano... En
fin, como corolario extraería la máxima de que siempre que se pueda
no se enrosque uno tapándose las orejas para no escuchar lo
inevitable, porque lo inevitable es lo que nos sucede habitualmente.
O sea, la vida.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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