
Fernando le confesó a Dalí que en aquella época era casto y le gustaría seguir siéndolo, así que prefería no asistir a la fiesta. Dalí no dudó en afirmar con su acostumbrada vehemencia que él iba solo por las copas y que de ningún modo estaba interesado en el sexo, al menos no en esa clase de sexo. Tras algún tira y afloja Arrabal accedió a acompañar a Dalí al evento. Refiere Arrabal que nada más entrar en el apartamento donde se celebraba la juerga se toparon con una dama completamente desnuda y a cuatro patas, con la popa apuntando hacia ellos. Dalí se quitó junto a su ropa todo escrúpulo (si es que lo había tenido) y se lanzó sobre la chica olvidando por completo a Arrabal y la promesa que le había hecho. Y así estuvo, dale que te pego, hasta que finalizó la fiesta. Luego se vistió y se compuso pulcramente el bigote, el pelo engominado, y el atuendo. Pasó su brazo por el del aturdido y cansado Arrabal y regresaron paseando y hablando de banalidades en la fría madrugada neoyorquina.
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