El ejercicio de la reflexión es tarea ardua que no todas las personas llevan a cabo, puede que por pereza, por no añadir al elenco de sus preocupaciones otra que pueden ahorrarse sin mayor inconveniente. Pero una mente reflexiva es una espíritu valiente y dispuesto a enfrentarse al mundo y a sus problemas. Decía George Santayana que vivimos trágicamente en un mundo que no es trágico. Y tiene razón, porque el mundo, la vida, es como es y punto. La adjetivamos, según nuestro carácter y estado de ánimo, nosotros. De ahí que seamos seres privilegiados: podemos elegir entre vivir mal o vivir bien, a capricho. La pregunta lleva implícita la respuesta: ¿Entiende todo el mundo lo que el bien y lo que es el mal?
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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