Días antes de morir en accidente de tráfico Albert Camus dijo en tono desenfadado ante la audiencia que le escuchaba que no había cosa más idiota que morir en un accidente de tráfico. También dijo, mucho antes, que si existiera un partido político de los que no están convencidos de tener razón, él se afiliaría de inmediato. Dijo muchas más cosas antes de morir en un estúpido accidente a la edad de cuarenta y seis años. Lo leí con desesperación a mis diecisiete años y lo releo ahora, complacido por el escaso menoscabo que sus ideas, tan gentilmente expuestas y desarrolladas hasta sus últimas consecuencias, han sufrido en mis limitadas entendederas. Fue el poeta de lo absurdo como Larra lo fue de la decepción. A diferencia de éste no se suicidió, pero como si lo hubiera hecho: ha heredado la gloria que los humanos conceden a quienes además de ser iconos vivos atinan a dejar este mundo a tiempo para seguir siendo iconos, fosilizados, para la eternidad. Sensible, introvertido, despegado, militante, siempre supo ser él, sin concesiones al disimulo, sin fingidas banalidades. Releo “La caída”, “La peste”, “El extranjero”, “El mito de Sísifo” y me enorgullezco de la existencias de humanos tan íntegros, humildes y geniales como mi querido Camus. El Demiurgo lo tenga a su diestra
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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