Si la tarea de escribir ya es de por sí costosa, agotadora en ocasiones, imaginen si encima el libro alumbrado tras semanas de trabajo creativo fatigoso y absorbente lo firma otro. Es lo que les pasa a los ‘negros’ literarios. Escriben por encargo sobre un tema con un margen de maniobra más o menos pactado, y su producto final, el libro, se distribuye bajo la autoría de alguien que en ningún momento intervino en su elaboración, o si lo hizo fue sólo para fastidiar. Debe de ser frustrante, ¿no? “Cuánto sabría ese hombre si hubiera leído todo lo que ha escrito”, dice un chascarrillo mordaz pero lleno de certeza, o tal vez sean las palabras de alguna autoridad que desconozco. Y la cara que se le debe de quedar al verdadero autor si el libro se vende bien y los medios no paran de entrevistar –y darle de paso entidad como escritor- a quien se limitó a estampar su firma al pie del manuscrito y bajo cuya apócrifa autoría el libro es adquirido por lectores ingenuos que se creen todo lo que leen o les recomiendan algunos críticos. Así han amasado fortunas algunos escritores que no han escrito una línea en su vida, y han malvivido excelentes escritores de cuyo nombre nunca se supo. El arte, como cualquier actividad humana, no es inmune a la falsedad y la hipocresía. Pero estoy convencido de que el artista, en su afán de conocimiento y por su amplitud de miras, debe estar un peldaño por encima de la postura moral de una sociedad.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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