Si la tarea de escribir ya es de por sí costosa, agotadora en ocasiones, imaginen si encima el libro alumbrado tras semanas de trabajo creativo fatigoso y absorbente lo firma otro. Es lo que les pasa a los ‘negros’ literarios. Escriben por encargo sobre un tema con un margen de maniobra más o menos pactado, y su producto final, el libro, se distribuye bajo la autoría de alguien que en ningún momento intervino en su elaboración, o si lo hizo fue sólo para fastidiar. Debe de ser frustrante, ¿no? “Cuánto sabría ese hombre si hubiera leído todo lo que ha escrito”, dice un chascarrillo mordaz pero lleno de certeza, o tal vez sean las palabras de alguna autoridad que desconozco. Y la cara que se le debe de quedar al verdadero autor si el libro se vende bien y los medios no paran de entrevistar –y darle de paso entidad como escritor- a quien se limitó a estampar su firma al pie del manuscrito y bajo cuya apócrifa autoría el libro es adquirido por lectores ingenuos que se creen todo lo que leen o les recomiendan algunos críticos. Así han amasado fortunas algunos escritores que no han escrito una línea en su vida, y han malvivido excelentes escritores de cuyo nombre nunca se supo. El arte, como cualquier actividad humana, no es inmune a la falsedad y la hipocresía. Pero estoy convencido de que el artista, en su afán de conocimiento y por su amplitud de miras, debe estar un peldaño por encima de la postura moral de una sociedad.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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