Si hay algo que la Historia ha demostrado es que el destino natural del libro es la hoguera. Nunca sabremos cuántos miles de volúmenes han sido pasto de las llamas, cuánta sabiduría ni cuánta hermosura han servido para calentar a tanto desalmado y tanto fanático que nunca supieron lo que se perdían si en vez de quemar aquellos libros los hubieran leído. Las quemas de libros siempre han tenido lugar en el contexto de conflictos religiosos, en los que los supuestos elegidos para la eternidad de un bando se han apurado en destruir lo único que podía hacer grandes y hacer libres a los del bando contrario, aquello que podía convertirlos en superiores a ellos mismos y destronarlos de su condición de elegidos. ¿Por qué si no iban a causar los libros tanto pavor a quienes jamás han leído ninguno? ¿Qué otra cosa puede haber en ellos que invoque el ensañamiento de los enemigos de sus lectores? Si la fe mueve montañas, la sabiduría las devuelve donde estaban, les reintegra su condición telúrica de inmutabilidad, las redime de servir como instrumento de demostraciones circenses a obtusas religiones. Quemar un libro es robarle la ilusión a un niño, tronchar el tallo delicado e indefenso de una flor, apagar la luna y las estrellas, pero sobro todo es profanar aquello que en el ser humano hay de bueno y de noble, aquello que nos muestra el camino hacia nuestra propia salvación. Quemar un libro es arrancar un pedazo de nuestra propia alma.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
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Un saludo.
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