
Me ausento cinco minutos y aparece el otro. Lo he comprobado muchas veces antes de decidirme a escribirlo. No es que yo sea un paranoico, aunque pudiera ser, pero creo que no me comporto como un loco al afirmar que me tiene marcado. ¿Para qué? No lo sé, tampoco el porqué, pero conoce cada uno de mis pasos, de mis movimientos, cuándo quiero algo y cuándo no. Es un tormento. Es irme yo y aparecer él. Siempre en casa, mi misma bata, mis mismas pantuflas, hasta mis mismas gafas graduadas que perdí hace semanas. Eso le ha delatado, las gafas. Las vi tras una visita a la nevera, encima de la mesilla que coloqué entre el sofá y la tele para diversos menesteres, como dejar las gafas y no volver a encontrarlas. Pero esta vez sí, las he encontrado. Y por ese detalle le he descubierto. Él pensará que con mi despiste iba a tomarlo como algo normal, lo de encontrar las gafas donde tal vez las dejé, pero yo no caigo en trampas tan ingenuas, no por nada soy paranoico e hipocondríaco, difícil que pique con un cebo tan ingenuo. Yo cuando pierdo las gafas, las pierdo para siempre, como cuando las olas de la playa del Bajondillo me arrebataron las primeras de mi vida, con catorce años y un alobe que no veas, me metí en el agua con las gafas puestas y salí sin ellas, irremediablemente tragadas por el mar, pese a mi berrinche de miope primerizo, que al mar le importó poco. Aprendí pronto que el problema era yo y no las cosas que perdía, tal vez por eso lo del otro, para ayudarme, para salvarme de este mundo inhóspito con el que tropiezo cada dos por tres y pierdo algo. Aunque ya estoy acostumbrado y no me altero cuando pierdo cosas, o al menos cosas banales, sustituibles. Pero para mi asombro el otro sólo me restituye lo prescindible, por muy innecesario o inservible que sea. Lo de valor sigue en las penumbras de mi despiste, recordado pero al parecer irrecuperable. Hoy le he plantado cara por fin, al otro, al encontrarlo sentado en el sofá cuando volvía yo de la cocina, le he dicho: “¿Qué te propones? ¿Por qué usurpas mi personalidad?”. Y él ha respondido: “No me canso de repetirte que te gradúes la vista, capullo”:
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