Hay gente que por tal de caer bien acaba cayendo muy mal, y muy bajo. Tal vez no fuera su propósito inicial, pero al tiempo que un servilismo egoísta han ganado en el proceso bienintencionado unos valores vicarios que ocupan los que no les inculcaron sus mayores, tal vez por dejadez, tal vez por falta de receptividad de esta gente. Es complicado sacar conclusiones sobre comportamientos que afectan al conjunto de la sociedad, porque las variables son inabarcables y por tanto la posibilidad de análisis escasa, mayormente por el simple hecho de que la imprevisibilidad suele ser un ingrediente principal en el comportamiento de cualquier grupo humano. Pero, obviando lo científico, hay para quien sepa verlas imprevisilidades bastante predecibles, como el hecho singular pero no sorprendente de que George Bush jr. diera un pequeño golpe de estado accediendo a su segundo mandato con una maniobra claramente antidemocrática en el país que abandera la democracia. No buscó caer bien Bush, sino todos los norteamericanos que permitieron tal dislate por miedo, por cobardía colectiva, consintiendo semejante tropelía y adoptando luego la postura del avestruz. No difiere en la esencia esta actuación colectiva del pueblo norteamericano con la que tuvo el pueblo alemán con los nazis, por ejemplo, o la de tantos que tanto han consentido para salvaguardar sus pellejos 'cayendo bien', no dando qué hablar, procurando una invisibilidad social o, más activamente, alagando al poderoso mediante la traición al vecino. Es triste saber -aunque nunca se sabe por adelantado- que tu prójimo será tu verdugo algún día, pero así está escrita la historia de los pueblos, y los que han sobrevivido, mal que bien, no terminan de tomar nota. Por eso la historia siempre se repite para mal.
¿Cuál es el momento más adecuado para decir basta? ¿Cómo reconoce uno el instante en el que hay que parar? Y no me refiero a las relaciones sentimentales -aunque también-, sino a los diferentes episodios que suceden en la vida, cuya suma la articulan y le dan sentido. Porque ese final nunca avistado marca la diferencia entre lo que fue y es y lo que pudo haber sido y podría ser, entre lo existente y lo ausente, entre lo que somos y lo que ya nunca podremos ser. Y hay un componente de negligencia en esa ceguera que nos impide detenernos a tiempo, antes de que lo previsiblemente imprevisible determine nuestra realidad, porque decir que no a la siguiente copa, a la estéril llamada, a apretar el pedal del coche, a responder a un agresivo, a una indiferencia ante un ser querido, a tantos gestos prescindibles, es una responsabilidad tan decisiva que si lo supiéramos en su momento nos lo pensaríamos dos veces. Y pensar dos veces es la asignatura pendiente de la humanidad. Nuestra negligencia ...
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Un abrazo