Ir al contenido principal

Cena en casa de Madison


Mucho después supe que el Cornucopia había intentado salir del sanatorio en varias ocasiones. Su abogado había apelado la sentencia de reclusión en el centro de salud mental con la previsible intención de propiciar una fuga durante el traslado del condenado a una prisión ordinaria, pero sus argumentos no convencieron al juez, de modo que el Cornucopia emprendió varios intentos de fuga que no prosperaron (estaba claro que no había caído tampoco en el detalle obvio del conducto de ventilación, vaya delincuente inepto).

Al parecer había recibido en repetidas ocasiones la visita de alguien que se llamaba Sony Maxwell, con quien mantenía conversaciones en voz baja agotando el tiempo reglamentario. Era un tipo, el tal Sony, de gran altura y con marcados rasgos nórdicos, frío en su comportamiento y algo altanero. Mis fuentes -pacientes tan locos como yo mismo- no dudaron en calificarlo de siniestro. Tras las entrevistas, el Cornucopia se mostraba más nervioso de lo habitual y sus intentos de fuga solían producirse poco después. El nerviosismo del Cornucopia contagiaba a los demás internos y no era infrecuente que tras cada visita de aquel enigmático personaje se alborotase de tal modo la conducta, por lo general sosegada del personal, que tuviesen que intervenir con contundencia los responsables de seguridad para restablecer el orden. Los sedantes y las sesiones de choques eléctricos se multiplicaban en aquellas ocasiones y llegó la situación al extremo de que el mismísimo director tomó cartas en el asunto, porque tres pacientes entraron en coma tras el tratamiento disuasorio, como les dio a los responsables médicos por denominar a aquella carnicería psiquiátrica. Hasta hubo uno -un cabrero de Almendralejo- que intentó cometer un suicidio psíquico, pero la aparición en la tele del salón comunitario de Pilar Rubio evitó la tragedia.

A ese Sony Maxwell, que tanto peso habría de tener en esta historia, le dedicaré algunas reflexiones más adelante.

De momento, ajeno a cuanto acabo de relatar, me debatía yo entre huir por la vía rápida de la cena con Madison y Jim, a la que yo mismo me había condenado, o procurar contener mis nervios y aguantar hasta los postres. Había profiteroles regados con licor de cerezas. No tuve corazón para rechazarlos. Como dijo Oscar Wilde: 'Mis deseos son órdenes para mí'.

Jodidos escritores.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Mi máquina está haciendo lo que le da la gana, así que no sé si te llegará otro comentario.
Desde el del avión me va interesando cada vez más. Espero que sigas y a poder ser uno al día.
No conocía la frase Oscar Wilde, pero totalmente de acuerdo. Voy a seguirla. Lo necesito.
Unknown ha dicho que…
¡Felicidades Piscis!
Luis Recuenco ha dicho que…
Lo intentaré. Gracias por tus palabras.

Un abrazo.
pepa mas gisbert ha dicho que…
Jodidos escritores, jodidos locos.

Un abrazo

¿Y Pilar Rubio evito la tragedia? No me lo creo (sonrío)

Entradas populares de este blog

Política extraña

Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d

Opinar

A veces opino de cualquier cosa en este blog pero como un ejercicio de reflexión, más o menos liviano o sesudo en función de la hora y del ánimo. Por eso quiero dejar claro que cualquier parecer, juicio o afirmación mías acerca del asunto que sea son fácilmente revisables con las indicaciones adecuadas y, llegado el caso, hasta desmentidas sin el menor pudor por mi parte. La naturaleza de las personas inteligentes debe poseer una faceta de rectificación que los honra intelectual y moralmente. Por desgracia, ese no es mi caso. Soy un veleta y en el fondo muy pocas cosas me atraen lo suficiente como para tomar posición respecto a ellas. Si cambio de opinión respecto a un asunto, por vital que pueda ser o parecer se debe llanamente a que la opinión previa carecía de convicción al ser enunciada; peor todavía, más de una vez me he pronunciado para que quien me leyese pensara que yo tenía algún tipo de opinión sobre algo. Cuando la verdad desnuda es que no tengo claro casi nada, y casi nad

Anécdota sobre Dalí

Refiere Fernando Arrabal una anécdota sobre Dalí que tal vez arroje alguna luz sobre la compleja personalidad del pintor. Según cuenta el escritor se encontraban ambos en Nueva York y Dalí invitó a Arrabal a una fiesta privada en la que era muy posible que se dieran prácticas orgiásticas.