Jenny siempre fue una niña muy despistada, y también una lectora empedernida. Leyendo los libros de la biblioteca familiar se le iban las horas y los días, porque era incapaz de interrumpir la lectura de un libro sin haberlo terminado. Leía y leía echada en su cama, apoyada sobre un codo y dando la espalda a la puerta, con su mano libre se mesaba el pelo rojizo que caía en tirabuzones sobre sus hombros desnudos. Así pasaba Jenny los días de su infancia, leyendo con ansiosa indolencia sobre su cama, hechizada por las tramas de aquellos volúmenes, por sus personajes y sus historias, por su misterio. Tanto le absorbía la lectura que no se dio cuenta, hasta que terminó la lectura de aquel libro enorme siendo ya un fantasma, que en algún momento de la historia se había tenido que morir. Le costó un poco aceptar su nuevo estado, pero más por la curiosidad insatisfecha de averiguar cómo es eso de morirse que por el cambio de naturaleza que la muerte le había traído. Ahora era un fantasma y lo sería Dios sabía por cuanto tiempo, pero aquello no preocupó a Jenny porque disponía de toda la librería de su padre para entretener su solitaria eternidad. Así fueron pasando los días, los meses, los años. Sus padres, con el tiempo, murieron también, pero a ella le pareció natural, no se vive lo mismo la muerte de un ser querido desde la condición de fantasma. Tenía su biblioteca, su cama y tiempo, ¿qué más podía pedir? Un día, buscando algún libro para releer -llegó a leerlos todos- su mano se coló en una oquedad entre dos enormes tomos y tocó lo que parecía un libro pequeño, pero al sacarlo comprobó con entusiasmo que era su diario, un manojo de hojas mal encuadernadas por ella misma hacía muchos años y en el que solía escribir cada tarde, tumbada sobre la cama del dormitorio, los pequeños y extraordinarios aconteceres de su vida de niña inquieta, despistada y casi culta. Quiso recordar aquellos días de antes de convertirse en fantasma, así que corrió hasta su dormitorio, se tumbó en la cama de espaldas a la puerta y abrió el libro al azar, mesándose con nerviosismo el pelo largo y rojo, para leer lo que sucedió un día cualquiera de su vida:
“Querido diario, hoy me ha ocurrido una cosa increíble, tan, tan increíble que a pesar de que tengo mucho miedo solo te lo puedo contar a ti. Pues resulta que esta tarde subí al dormitorio para leer y escribir un rato y ¿sabes lo que vi? No te lo vas a creer. Pues vi a una niña que era como yo pero un poco más mayor, tendida en la cama de espaldas a la puerta, tocándose el pelo, rojo igualito que el mío, mientras leía muy atenta este diario....
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