Esto de ser nómada debe de parecerse
mucho a la esquizofrenia. Estoy aquí pero estaba allí hace nada, y
estaría allí si no fuera porque ahora me toca estar aquí, y
preferiría estar allí aunque estar aquí es cojonudo. Aquí y allí
son uno y muchos lugares separados por el tiempo y la memoria, sitios
de los que formas parte, estuvieras o no en ellos, espacios vacíos
hasta que tú los habitaste o hasta que tú los habites. Lo que
reviste de magia al mundo es la manera en que lo vivas, lo descubras,
lo decores con tu presencia curiosa e insaciable. Ser nómada te
libra de ataduras y, sí, tiene el inconveniente del lastre de tus maletas,
pero a cambio te otorga la oportunidad de elegir, de decidir echar o no el ancla,
de levantar el vuelo antes de la tormenta, de dirigir tu vida hacia
un norte desconocido, siguiendo un rumbo arbitrario sin brújula y
sin remordimientos, y eso es el afán último, el destino de cualquier payaso que se
precie de serlo.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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